Opinión · Aquí no se fía
Lo que nos jugamos con los pactos
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Cuando los nuevos gobiernos autonómicos se pongan en marcha, como pronto en la segunda quincena de junio, 2015 estará a punto de llegar a su ecuador. Para entonces, en teoría, ya se habrá consumido la mitad de los presupuestos regionales; pero todavía quedará por emplear la otra mitad, que es mucho dinero.
Concretamente, las trece comunidades que fueron llamadas a las urnas el 24 de mayo y Andalucía, donde Susana Díaz sigue sin lograr un pacto de investidura, tienen previsto gastar este año más de 114.000 millones. Lo cual significa que para el segundo semestre quedarán pendientes unos 67.000 en números redondos.
Por supuesto, los nuevos gobiernos no pueden disponer de esa cantidad a su libre albedrío. En primer lugar, porque los presupuestos aprobados señalan cuál debe ser su destino. Y, en segundo, porque hay obligaciones ineludibles sobre las que prácticamente no cabe ninguna posibilidad de dar marcha atrás.
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Pero, aun así, siempre existe un margen de maniobra, por mínimo que sea, y ese margen se puede aprovechar para que el común de la gente mejore sus condiciones vitales, muy deterioradas por culpa de las políticas de austeridad, o para beneficiar a los de siempre, que van a acabar yéndose de rositas de la crisis.
Por eso, no es igual qué partidos consigan alzarse con las mayorías necesarias para formar gobierno. Unos pretenden seguir por el camino que ha traído niveles insoportables de desigualdad. Otros, sin embargo, han dicho a las claras que utilizarían el poder para imprimir el giro que la sociedad española está pidiendo a voces.
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He ahí lo que de verdad nos jugamos los ciudadanos en las negociaciones que las fuerzas políticas llevan a cabo estos días. A su lado, las medidas para la regeneración democrática, sobre las que parece que algunos hacen girar todas sus exigencias, da a veces la impresión de que son una simple cortina de humo.
Está muy bien aprovechar la situación creada por los resultados de las últimas elecciones para limpiar la vida política, hundida hasta el cuello en el fango de la corrupción. Pero las expectativas de cambio van mucho más allá y pueden resumirse en un mayor bienestar para la gente, en un marco de justicia social.
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En torno a ese objetivo pueden y deben unirse los partidos que se han comprometido a que las cosas no continúen como hasta ahora Quienes prefieren más de lo mismo, ya sea en su versión original o en su versión descafeinada, no merecen que se les dé ni la más mínima oportunidad.
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