Opinión · Aquí no se fía
Lo peor de Rato está por llegar
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Rodrigo Rato está a punto de dar con sus huesos en la cárcel. La sentencia del Supremo que ratifica su condena por las tarjetas black es concluyente: hubo apropiación indebida y eso le hace acreedor de de cuatro años y seis meses de privación de libertad.
Rato se va a ver entre rejas por 90.000 euros, que fue el dinero que se gastó; una minucia comparada con los 2,7 millones anuales que llegó a ganar como presidente de Bankia, incentivos aparte.
Aunque los abogados de Rato intentarán demorar al máximo el ingreso en prisión, la causa por las tarjetas black concluye aquí su recorrido judicial. Pero todavía queda otra de mayor enjundia: la relativa a la salida a Bolsa, que se produjo con engaño manifiesto.
Bankia no era, ni mucho menos, la apetitosa inversión que proclamaron sus responsables, con Rato a la cabeza, sino un barco con espantosas vías de agua, que fue necesario taponar poco después con más de 24.000 millones de euros.
Los 300.000 pequeños ahorradores que acudieron a la OPV perdieron todo su dinero, aunque la entidad se lo devolvió años después, siguiendo órdenes del Gobierno, para evitar una interminable cadena de pronunciamientos judiciales desfavorables.
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Como para entonces Bankia ya había sido intervenida, el coste del resarcimiento recayó de forma indirecta en los contribuyentes, igual que había ocurrido con la deuda contraída para su rescate, que está por ver que algún día pueda recuperarse.
Bankia va reintegrándola vía dividendos y con la venta de porciones de su capital, pero 24.000 millones son muchos millones y pasará tiempo hasta que genere los beneficios suficientes, a no ser que antes llegue alguien dispuesto a pagar por comérsela de un bocado.
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Además, hay fuerzas políticas de izquierdas partidarias de mantener Bankia dentro del sector público, si bien es mucho suponer que ahora la esté, pues su gestión la está llevando con independencia y profesionalidad el equipo liderado por José Ignacio Goirigolzarri.
Todo lo contrario de lo que sucedió bajo el mandato de Rato, en que imperaba el principio de mantener la entidad a flote aun a costa de presentarla como la perita en dulce que en realidad no era, mientras la alta dirección disfrutaba a tutiplén de lo que Esperanza Aguirre llamaría sus “mamandurrias”.
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Por eso, por haber abusado de la confianza de quienes se fiaron de él, Rato todavía no ha pagado. Será la próxima estación de su vía crucis judicial, en la que no parece que vayan a acompañarle los cirineos que tanto le ayudaron a perpetrar el desastre.
Ni el Gobierno de la época ni los responsables del Banco de España o de la Comisión Nacional del Mercado de Valores van a sentarse en el banquillo, a pesar de que con más diligencia podrían haber evitado lo que pasó. Ese marrón es enterito para Rato.
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