Opinión · Puntadas sin hilo
Un bebé de 76 años
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Un suicida que desiste se convierte en un bebé, aunque tenga 76 años. Este fin de semana ha nacido en este blog un niño, de nombre Eduardo y de apellido República, que se quería quitar la vida en Portugal, y cuyo parto dirigieron con pericia el médico Numpueser, la comadrona Eirene, ayudados por los múltiples enfermeros y celadores del blog.
No hubo que darle los azotitos de rigor ni lloró, porque la solidaridad, lejos de todo ternurismo, fue el primer chupete que los comentaristas regalaron al recién nacido. Ahora está calentito en el nido del domicilio en Oviedo que le ofreció el propio médico parado Numpueser, con permiso de esposa y suegra.
El destino se le presenta incierto a Eduardo, porque cuando se nace con 76 años de sufrimiento a la espalda y en medio de la angustia de una crisis nacional, las posibilidades de desarrollo y fortuna son escasas. Y el único patrimonio de Eduardo es el afecto de unos hasta ayer desconocidos. No se sabe si la solidaridad tiene límite, no se conocen las habilidades del neonato, y ni siquiera se tiene noticia de si el Estado contribuirá en algo a que pueda salir del pozo de desesperación que le llevó a un cibercafé de Valença do Minho, el cementerio elegido por Eduardo.
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La vida es impredecible, pero a veces nos regala hermosuras como la paradoja de que quienes ayudaron a Eduardo no son precisamente ciudadanos económicamente importantes, más bien al contrario. Eduardo todavía está atado al cordón umbilical , al sonajero de la alegría de vivir que le han insuflado tan egregios y maravillosos comentaristas, y sea cual sea el futuro hay cosas tan conmovedoras que las injusticias sociales nunca podrán borrar: el hecho muy relevante de que en esta vida todavía quedan personas buenas. Llega a un mundo, a un país, en quiebra moral, política y económica. Un mundo sin piedad ni justicia para el desamparado. Un mundo de tapujos y fraudes, un mundo sin misericordia, llamada solidaridad en su versión civil, un mundo de legalidad controlada, de violencia aherrojada pero latente, un mundo imposible de vivir si no tienes la suerte de un día encontrarte con esas personas buenas desplazadas de la farsa social. Hay veces en que un hecho individual y en apariencia insignificante cobra supremacía sobre las actitudes de perdonavidas de los políticos, como si arreglar los problemas fuera un regalo que nos hacen, sobre la avaricia infinita de los bancos, verdaderos e imbatibles dueños del mundo, sobre las exigencias independentistas, sobre los desvaríos militares, y sobre la en general mala calidad de la raza humana. Y ese hecho individual y a la vez colectivo y oculto en un blog nos eleva y compensa de tanta desgracia. Como administrador de la clínica, quiero dar las gracias a todos. Por cierto, el niño ya se afeita.
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