Opinión · Puntadas sin hilo
Homosexualidad
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De pequeño, yo quería ser homosexual porque deseaba ser artista (de lo que fuera) y creía que tenían más sensibilidad que las personas normales. Nunca lo conseguí. Ni lo uno ni lo otro. Me tuve que conformar con la vulgaridad de lo heterosexual.
A lo largo de mi vida me he movido en un mundo pequeñoburgués y nacionalcatólico de rechazo y burla de mariquitas y maricones, lejos aún de nuestros léxicos actuales las palabras homosexual o gay. Un marica era pasto de policías y jueces, por mucho que los cantaran Luis Cernuda o lo fuese Federico García Lorca, al que asesinaron sin piedad. Los chistes de mariquitas estaban en los corrillos y en las películas. Y eso que mariquita era un escalón inferior al supremo, escatológico y repulsivo de maricón o mariconazo y no digamos de homosexual a secas. Y por descontado, las más ‘pervertidas’ manifestaciones de sexualidad, como dragqueens, bisexuales y demás, constituían maneras de vida inadmisibles y frontalmente repudiables civil y penalmente.
Ser homosexual era un defecto, un vicio oculto, un estigma social de depravación. Con el advenimiento de la democracia se suavizaron las repulsas, y lenta, pero aún clandestinamente, fueron admitidos en sociedad. Los pioneros tardaron bastante en ‘salir del armario’ como un acto de valor. Se les fue perdonando, soportando, pero siempre como personas marcadas, a las que, por supuesto, apenas se les podían reconocer derechos equiparables.
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A pesar de las fuerzas oscurantistas y retrógradas, y en medio de un camino de sufrimiento, fueron ‘normalizándose’ e integrándose, aun creyendo una buena parte de la sociedad que eran enfermos, a los que había o era mejor curar. El descoco de muchas de sus actuaciones les hacían aparecer como no deseables. La Constitución, que los protegía frente a cualquier discriminación, era de hecho ignorada. Aun ahora, tras la confirmación de su estatus social pleno, a nadie le gusta que le recuerden que es homosexual. Y por descontado, preferimos que nuestros hijos o hijas no lo sean, por muy comprensivos que digamos que somos. Pero ahí están. Ya no asustan. El desprecio prácticamente ha desaparecido. Es otro mundo, pero ya no son enemigos públicos.
El diez por ciento de 250 millones son 25 millones, y ése es el número de homosexuales parece que hay en los Estados Unidos. Una cifra importantísima a la que el Tribunal Supremo americano acaba de conceder la igualdad plena con sus ciudadanos heterosexuales, matrimonio incluido.
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Todavía quedan en el mundo gran número de países, algunos de ellos poderosísimos, que legislan con máxima dureza contra la homosexualidad. Pero ineluctablemente la razón se va a abriendo paso y empezamos a comprender que la sexualidad es un trámite, y que no solo no hacen daño a nadie, y por supuesto a la familia tampoco, sino que su amor es tan válido como el nuestro.
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