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Opinión ·

La libertad de los puteros

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Manifestación por la atención a las víctimas de la prostitución, en Madrid. EUROPA PRESS/Carlos Luján

Los debates centrados en “¿Tiene derecho una mujer a vender su cuerpo?” deberían cambiar su perspectiva a ¿Tienen derecho los hombres a ponerse en fila para penetrar a una mujer que no tiene otra forma de alimentarse?

¿Por qué hay gente que se dice feminista que habla, que piensa, que escribe tantísimo sobre este tema pero no habla del proxeneta y del putero ni por casualidad? ¿Ni siquiera se dan cuenta cuando esos puteros y esos proxenetas le aplauden?

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Decir que una mujer elige libremente soportar penetraciones bucales, anales y vaginales por parte de un corrillo de extraños es de una crueldad inenarrable. Si se habla de libertad, hablemos de la libertad del hombre que se aprovecha de la pobreza y la vulnerabilidad de las mujeres que tienen que dejarlos entrar en esos cuartos para poder pagar al proxeneta, pagar el cuarto, su manutención y mandar dinero -si sobra- a sus hijos. Porque sí, la mayoría de las mujeres prostituidas son madres y son migrantes. De esa libertad, de la del putero y el proxeneta, al parecer, no es bueno hablar. No deben ser nombrados.

Detrás de cada mujer prostituida hay una historia de abusos, de hombres violentos, que violadores que no entienden un NO. Detrás de cada mujer prostituida hay enfermedades, cuando no físicas, emocionales: heridas de las que muchas veces no se pueden recuperar. Detrás de una mujer prostituida está el infierno. No lo cuento yo, lo cuentan ellas, ¿dónde están los micrófonos cuando eso ocurre? ¿Dónde están los hombres haciendo cola para escucharlas? ¿Dónde los hombres periodistas interesadísimos de repente en la prostitución? Son supervivientes del sistema prostitucional y con su sola existencia demuestran que lo que hicieron no fue un trabajo. Nadie, jamás, se ha llamado “superviviente de la caja de un súper”, “superviviente de la fisioterapia”, “superviviente de limpiar casas”. Cada vez que alguien llama “trabajo sexual” a la prostitución, las supervivientes vuelven a ser insultadas, humilladas, vejadas. Se les está diciendo: “Cariño, estabas currando, deja el drama”. Un trabajo duro como muchos trabajos duros que existen, no es la gran cosa. Esto es lo que se les está diciendo, al menos, a las que están vivas, a las asesinadas, a las que se suicidan, a las que no quieren seguir en ese infierno y de una u otra manera se van para siempre, a esas ya nadie les dice nada.

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El consentimiento de una mujer pobre bajo coacción económica no es verdadero consentimiento. Es uno de los motivos por los que las feministas no hablan de consentimiento en las relaciones sexuales, sino de deseo. El deseo no se finge, no se compra ni se vende, se tiene o no se tiene. El consentimiento, cuando hay hambre o miedo, se puede conseguir. El deseo, no. ¿Se imaginan una ley que hable de deseo en vez de “decir sí”? No sé cómo de mal parada iba a salir el proxenetismo con esto, porque si hay que esperar a que una mujer prostituida desee a cada uno de los puteros que van a ejercer violencia contra su cuerpo…

Por suerte, cada año que pasa, la reacción contra la prostitución y su defensa es más y más brava, más descarnada… y más coherente con el feminismo. Cada vez hay más y más mujeres para las que este tema es ya algo personal. Se exige en la calle y en las redes, offline y online, la abolición de la prostitución y, se exige de tal manera, que los partidos tienen que empezar a fingir en el Congreso que el tema les preocupa. A unos les sale mejor, otros más vale que no busquen trabajo como actor.

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Algún día la vergüenza será tan grande, tan inesquivable, que solo quedarán puteros reclamando su derecho a volver a acceder al cuerpo de las mujeres.

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