Opinión · Realpolitik
Agostidad
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Política y agosto no riman bien, ni en asonante ni en consonante. El mes vacacional por antonomasia para la mayoría de los españoles, sobre todo para los que trabajan por cuenta ajena, es un espacio en el que el tiempo transcurre lento y espeso al ritmo de mañanas de playa o piscina, largas tardes de siesta y noches calurosas de horchata y verbena.
Los españoles bajamos de forma coordinada nuestras pulsaciones políticas y las sustituimos por una desidia dulzona y pegajosa que nos envuelve adormeciéndonos e impidiendonos pensar en temas trascendentes. Un maravilloso “dolce far niente” que por unas pocas semanas consigue apartar de nuestra cabeza la maldita hipoteca, los caprichos de Don Matías, ese jefe de departamento que hace que nos tengamos que quedar los viernes hasta las diez en la oficina, las ruedas del coche, que hay que cambiarlas, las notas de los niños o al pelota de Peláez, que no hay quien le aguante con tanto Don Matías para arriba y Don Matías para abajo.
Agosto es un animal de sobrias costumbres del que se espera que la máxima emoción provenga del posado de Ana Obregón, la final del Teresa Herrera, la plaga de medusas en la costa de Cádiz, o si me apuran mucho, alguna provocación británica relacionada con Gibraltar que permita a nuestros políticos hacer declaraciones, a pie de playa y chancleta en ristre, sobre la indisoluble unidad de la patria y el mal gusto congénito de los habitantes de la pérfida Albión a la hora de combinar los colores de su vestimenta.
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En agosto la prensa se comienza a leer por la sección de deportes, los informativos de las televisiones no se ven, se intuyen mientras se nos cierran los ojos en el anuncio de una merecida siesta, el dial de las radios se cambia a emisoras de musiquita festiva, e internet se reduce casi a subir a Instagram la última foto de postureo playero y de la impactante la paella familiar. Bueno, arroz con cosas.
Sorprende por tanto que siendo todo lo narrado de general conocimiento, nuestra clase política haya decidido obsequiarnos este año con un agosto diferente y nos estén dejado el mes perdidito de investiduras, declaraciones, invectivas, negociaciones, anatemas, amenazas y prescripciones.
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Sorprende más aún que sus activistas en las redes sociales, espero que de pago o en su defecto robots automatizados, dediquen en este caluroso agosto ingentes horas y esfuerzos a tratar de convencernos tanto de la indiscutible generosidad de sus jefes de filas y lo patriótico de sus propuestas como de la intrínseca maldad y evidente perfidia de las del rival.
Sorprende, finalmente, que como si de una nueva Norma Desmond se tratase, nuestra clase política dedique baldíos esfuerzos a bajar una y otra vez la escalinata del 10.000 de Sunset Boulevard buscando de forma desesperada la atención de un público que al menos durante este mes, tiene mejores cosas a las que dedicar su tiempo. Y más aún si en esta ocasión la película no la dirige precisamente Billy Wilder.
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