Opinión · Ciudadano autosuficiente
La conspiración de la leche
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Por Jesús Alonso
En la página web de una popular marca de leche española se puede leer esta extraordinaria afirmación: “La intolerancia a la lactosa es una enfermedad que sufren las personas que no digieren el azúcar natural de la leche, la lactosa”. Quiere decirse que el 60% de los griegos, el 50% de los italianos y al menos el 40% de los españoles están enfermos. ¿Cómo se ha llegado a una situación tan absurda?
Más de la tercera parte de la gente de este país no digiere la leche, y hasta hace treinta o cuarenta años eso no le preocupaba lo más mínimo a nadie. La razón era sencilla: por encima de los seis años de edad, la mayoría de los españoles (y portugueses, griegos e italianos) no consideraban normal beber leche fresca en cantidad, al estilo nórdico y anglosajón. En realidad, la leche estaba destinada a los niños y a los adultos enfermos.
Cualquiera diría que los habitantes del sur de Europa estarían contentos con su intolerancia congénita y seguirían dándole al gazpacho, la horxata, el salsiki, etc. Pues no. A partir de 1950 aproximadamente, una ola de leche fresca de vaca, paralela y en realidad cabalgando sobre otra ola de petróleo, se abatió sobre estos países.
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No tomar grandes cantidades de leche se consideró un atraso. Los gobiernos apoyaron la distribución de leche a la población a precios muy bajos, se construyeron grandes centrales lecheras, se organizó una gran industria salida de la nada. Entre 1950 y 2000, la cantidad de leche ingerida por persona y año en España pasó de menos de 10 litros a casi 100.
Eso quiere decir que el negocio de la leche es enorme, tan grande que ahí están los multazos que ha puesto la CNMC a sus principales empresas por conspirar para fijar precios. Tan grande que puede pagar campañas masivas de publicidad equiparando la leche con la salud, o su falta con terribles enfermedades como la osteoporosis.
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Las consecuencias del consumo masivo de leche en términos de diarreas, flatulencias y retortijones intestinales, fueron incontables, pero hasta la década de los 70 muchos médicos consideraban que lo que hoy se considera una simple reacción metabólica por variación genética era la triste reacción psicológica de rechazo de una persona atrasada ante la ingesta de la bebida de la civilización por excelencia: la leche.
Cuando se descubrió el pastel, la reacción de la industria fue poner a la venta leche sin lactosa, la curación definitiva de una enfermedad inexistente, cuyos vistosos envases domina las estanterías lácteas de los supermercados de nuestro barrio, que son realmente kilométricas.
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Si te gusta la leche, no te prives. Pero no creas que es el super-alimento saludable, necesario como el aire. Es un alimento más respaldado, eso sí, por una industria compacta y muy grande, a la que recientemente se ha puesto en evidencia. Otro día hablamos del azúcar, de cómo se consiguió pasar de menos de cinco kilos al año de consumo a más de cincuenta.
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