Opinión · Civismos incívicos
La intelectualidad indignada
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En los últimos días han llegado a mis manos dos artículos en los que dos escritores a los que respeto, Quim Monzó y Rosa Montero, se quejan de cuestiones relacionadas con la cultura cívica de los ciudadanos y ciudadanas. En el primero, titulado No os enrolléis tanto, Monzó se desahoga (¡y cómo!) contra las “bandas” (de grafiteros) que ensucian la ciudad y luego “chantajean” a los comerciantes “para pintarrajearles dibujos de una ordinariez supina”, y se felicita de que el Ayuntamiento de Barcelona haya decidido multar a los comerciantes que no respetan la paleta de colores establecida por las ordenanzas municipales. En el segundo, Vecinos y gorrinos, Rosa Montero se queja de la “marea de inmundicias” que inunda muchos espacios públicos, y de “la falta de conciencia cívica, la incultura social” de este país.
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Una parte de mi espera que este tipo de escritos no sean más que el fruto de la falta de inspiración que debe caer regularmente sobre los comentaristas semanales: ante la escasez de ideas, me quejo de algo.
Pero a otra parte de mí se le encoge el corazón al ver la definición de democracia con la que se siente cómodo Quim Monzó, o cómo derrocha Montero hostilidad hacia comportamientos que descontextualiza, para luego quejarse de que los hostiles son los demás. Por encima de las opiniones personales sobre lo que exponen, me apabulla el extrañamiento de estas plumas ilustres ante lo que pasa a su alrededor, las opiniones y actitudes de sus conciudadanos, y la utilización del “bien común” para dar por sentada la legitimidad de preferencias personales que se auto-atribuyen una superioridad moral de procedencia imprecisa.
Porque, ¿no tienen derecho a contribuir a la definición del bien común los comerciantes que eligen pintar su persiana? ¿Y los jóvenes que tunean una ciudad que también les pertenece? Y a la señora que se rasga las vestiduras por “la tradicional tendencia de los españoles a engorrinar los espacios públicos”, ¿puedo preguntarle cuando fue la última vez que ejerció su deber cívico de mostrar su disconformidad ante estas conductas, contribuyendo a difundir valores y a “educar a los ciudadanos”? El final del artículo de Montero, entendiendo la “guarrería” de los ignorantes “marmolillos” como un ataque a “el Estado, el bien común, la colectividad, la sociedad civil” no tiene desperdicio. Me viene a la cabeza el poema de Baudelaire y me pregunto, ¿cuándo os volvisteis tan pijos?
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La combinación de falta de empatía con personas que opinan diferentemente sobre qué es lo que constituye “degradación del entorno”, por un lado, y la normalización de la queja por la falta de educación “de los otros”, sin responsabilizarse de la contribución propia a la situación o al contexto, por otro, me parece preocupante. Preocupante, en primera instancia, porque muestra una mirada más propia de princesa de cuento que sale del castillo para desfallecer ante la ordinariez de la vida plebeya que de intelectual comprometido/a con el devenir colectivo. Y, en última instancia, porque con la que está cayendo, da cierta cosilla que a la intelectualidad del país lo que le genere el nivel de indignación que rebosan los artículos sean estas cosas.
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