El odio y la sangre
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por Jemi Sánchez (@jemisanchez), Concejala de Derechos Sociales, Ayuntamiento de Granada
Son extraños los ciclos del odio: de estar latente y disimulado, a convertirse en la conversación de ascensor con tu vecino. Me refiero a ese argumento xenófobo que convive hoy con nosotras, que amenaza desde arriba como espada de Damocles: “nos invaden”, “nos contagiarán enfermedades”, “son radicales”...
Detrás de estas sentencias se asoma el discurso del odio, que cala como el dulce en una muela de leche. El odio es barato, cuesta poco lanzarlo y es fácil, porque nunca invita a reflexionar.
Y este 2018 estamos huérfanos de canción del verano, porque la única cantinela es la del bulo del odio, con ese estribillo pegadizo de que “no hay papeles para todos”. La cantan desde políticos hasta policías pasando por tus suegros; en la frutería, en la televisión, en tus redes sociales…
Así, canturreando, perdemos en Igualdad porque nos pensamos superiores, porque negamos derechos en función de la procedencia.
Perdemos en empatía, nos volvemos incapaces de ponernos en su piel, rechazamos su piel.
Perdemos en paz, porque les recibimos con unas vallas plagadas de navajas, con violencia.
Al defender el discurso xenófobo, España pierde en humanidad, en sensibilidad y en justicia social.
El odio nos pisa los talones, pero miles de personas resistimos.
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Admiro a quienes antes de cruzar la frontera, toman aliento y echan por un momento la vista atrás, pero caminan hacia adelante, aunque enfrente esté también la muerte.
Admiro a aquellas personas que, como mis yayos, fueron valientes y migraron a Francia durante nuestra postguerra.
Admiro a mi abuela, que siendo niña tuvo que huir en la “desbandá” desde Málaga, jugándose la vida en lugar de jugar a la rayuela.
Entonces, igual que ahora, a las personas migrantes les perseguía el hambre, la mísera o la guerra y les movía el instinto de supervivencia.
Siendo coherentes y asumiendo de dónde venimos, sería importante cambiar xenofobia por xenofilia: aceptar, tolerar, amar. Porque el odio se alimenta de la sangre, da igual si la sangre es africana o europea. Porque se nos olvida cuando nosotros fuimos ellos... para que resulte al final que no hay un ellos y un nosotros, que siempre fuimos y seremos exactamente lo mismo: personas.
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Mientras escuchamos la cantinela, miramos al mar en nuestro verano, ignorando que tras las conversaciones en el chiringuito, la crema solar y el horizonte del mediterráneo, hay miles de gotas de sangre que marcan el camino desde de esta playa hasta aquellas concertinas.
Ya lo dijo el poeta desde Nueva York: “Debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre” (F.G.Lorca)
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