Las mujeres que están más solas
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El pasado 5 de noviembre, días después de que se cumplieran 30 años de muertes reportadas en el Estrecho, cuatro supervivientes de la travesía compartieron los relatos de su experiencia y de su vida antes y después del viaje en un evento lleno generosidad y emoción. Eran dos hombres y dos mujeres, Marian Akosa y Marian Berete. Las cuatro historias eran desgarradoras, pero en el caso de las mujeres había un gran componente de violencia sexual, antes y durante el trayecto por lo menos.
La violencia sexual contra la mujer es extremadamente frecuente, mucho más de lo que somos capaces de reconocer. La violencia sexual es una forma de destruir la voluntad de la persona que la sufre, de reducirla a su mínima expresión, porque no solo persigue el daño físico, sino la destrucción moral y emocional de la víctima. A través de la violencia sexual se consigue un control psicológico de las personas que se mantiene prácticamente solo y sin necesidad de tener que alimentarlo con más que algunas amenazas para avivar el recuerdo.
La mayor parte de las mujeres que vienen a Europa de otros países a través de vías no legales son víctimas de trata. Muchas de ellas lo son desde que salen de sus países, otras son captadas durante el camino. Todas sufren violencia sexual durante un viaje que en muchos casos suele durar más de dos años. Muchas tienen hijos antes de llegar a su destino y les son arrebatados y no los vuelven a ver. En 2016, la Organización Internacional para las Migraciones aseguraba que de las más 3.600 mujeres nigerianas que llegaron en barco a Italia en el primer semestre de 2016, más del 80% fue objeto de trata para ser prostituidas en territorio italiano y en otros países de Europa. La realidad es que después de muchos meses de penurias y abusos arriesgando su vida, cuando llegan a destino lo que les espera puede ser peor que lo que dejaron atrás.
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Todas estas situaciones de violencia se pueden dar impunemente porque las políticas europeas de gestión migratoria lo permiten. El hecho de que se establezca una distinción entre dos tipos de vías, la legal y la ilegal, genera un nivel de vulnerabilidad indescriptible en aquellas personas que solo pueden optar a la segunda. La entrada en Europa por una via ilegal significa para la persona que la usa que no se le reconocerá prácticamente ningún derecho. En el caso de las mujeres víctimas de violencia sexual, no solo sufrirán la desprotección convencional que tenemos todas mujeres en caso de haber sido abusada (véase el caso de 'la Manada' en España), sino que además seguramente serán abonadas a su suerte en un país que no es el suyo, e incluso probablemente devueltas a su país de origen. Si además son víctimas de trata, no solo tienen que gestionar su vergüenza y su sentimiento de culpa habitual, si no que además tienen enfrente a una red de proxenetas que amenazan con matar a sus familiares o a los hijos que les quitaron durante el viaje o en el país de llegada.
Y tristemente estas mujeres están mucho más solas que las demás. Su drama está oculto en ellas, limitado por lo que les cuesta explicarlo sin hablar con fluidez nuestro idioma. También está oculto por sus singularidades y su origen, que nos hacen verlas tan diferentes. En nuestra mano está ser capaces de convertir la diferencia en virtud y superar esa lejanía inicial con empatía y respeto. Y sobre todo, recordar lo inmensamente valientes que son aquellas que, como Marian Berete o Marian Akosa, son capaces de subirse a un escenario y contar lo que les pasó, abriendo así un espacio de comunión. #Respect. Gracias.
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