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Los derechos humanos pueden dejar de ser hereditarios

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Lucila Rodríguez-Alarcón (@lularoal)

Hoy martes la Declaración Universal de los Derechos Humanos cumple 71 años. Los Derechos Humanos no se reconocieron como un objeto de derecho hasta que hasta que se firmó la Declaración, un documento orientativo que al ser traspasado a los pactos que componen la Carta de Derechos Humanos constituye gran parte de la base del derecho internacional. Este documento es el fruto de dos años de trabajo de un equipo de personas conscientes y horrorizadas por las tremendas consecuencias de la impunidad y la deshumanización de las guerras de principios de siglo, especialmente la Segunda Guerra Mundial. 

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“Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad”

Este texto es ante todo y primeramente un recuerdo de lo que nunca queremos volver a ser: monstruos que se olvidan de su humanidad y destrozan al prójimo con saña y sin piedad. No existe la menor duda de que en algún momento, en una escalada de locura colectiva, un grupo de personas llegó a creer que solo ellas eran dignas de derechos mientras que el resto podían ser tratadas como animales. Este proceso no se llevo a cabo de un día para otro sino que fue progresivo. Por ejemplo, en el caso concreto del genocidio alemán, el inicio de toda la cadena de odio fueron los gitanos y los negros de las colonias francesas. Contra ellos iban dirigidos los primeros mensajes de criminalización y las acusaciones que después justificarían la creación de espacios en los que se les encerraría y exterminaría. La demonización del colectivo judío llego algunos años más tarde. 

Y efectivamente, tal y como explica el prólogo de la Declaración, “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. Es decir, que los derechos son de todos o de nadie. No existe ese término medio en el que solo algunas personas tenemos derechos reconocidos y las demás no. Por eso la Declaración que se firmó aquel 10 de diciembre de 1948 es explícita en su primer artículo y reconoce que “todas las personas nacemos libres e iguales en dignidad y derechos”. 

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Que los Derechos sean de todas las personas los convierte en una cosa universalmente hereditaria. De hecho, hoy en día, es lo único que se transmite en su totalidad de padres a hijos. Nazcas donde nazcas, seas descendiente de quien seas, tienes Derechos Humanos. Los padres tienen la obligación de explicar a sus hijos la gran suerte que es poder contar con esos derechos reconocidos. También tienen el deber de explicar a sus hijos de dónde vienen dichos derechos y por qué son tan importantes. Y finalmente, los padres tienen que predicar con ejemplo y defender esos derechos tan preciados para asegurar que sus hijos no perderán ni uno de ellos y asegurarán su transmisión a las generaciones venideras. 

Sin embargo, desde hace algún tiempo hay personas que andan un poco confundidas con este tema de los Derechos Humanos. El mayor dilema es el famoso “el derecho del otro acaba cuando  empieza el mío”. Con este matiz se ha creado en los últimos años una tendencia al cuestionamiento de los contenidos de la Declaración que está tomando una deriva muy peligrosa y preocupante. Cada vez son más las voces que piden explícitamente que ciertos derechos se arrebaten a determinados colectivos, antes más concretos, poco a poco cada vez más amplios. Y nuestras sociedades presencian confusas cómo se ha creado un debate sobre quién sí y quién no es digno de qué derechos. 

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Todas las personas tenemos la responsabilidad individual y colectiva de recordar todo el tiempo de dónde viene la Declaración de Derechos Humanos, para evitar que la historia se repita. A aquellas personas que creen que se puede ser selectivo en la aplicación de los Derechos hay que hacerles ver que los derechos que arrebatan a unos pocos un día les podrán ser arrebatados a ellos. Tenemos que recordar que la humanidad prospera con valores universales tan simples como el amor, que aunque se quiera convertir en una palabra negativa es la base de prácticamente todas las religiones y muchas de las grandes transformaciones sociales de nuestro tiempo.

Si queremos que los Derechos Humanos sigan siendo universalmente hereditarios vamos a tener que empezar a esforzarnos un poco más. Defender con el cumplimiento de las leyes que existen, que no se dé un paso atrás en su aplicación. Defender con la palabra, la educación y el ejemplo, evitando la polarización y los debates estériles, que no se dé un paso atrás en su narrativa. Recordemos la historia y no permitamos que se repita en su versión más escabrosa. 

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