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Las costumbres de los inmigrantes en Madrid

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Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid. Foto: PP.

Kelly se va de casa todos días a las 5:00 a.m.  a trabajar a la fábrica de televisores en la que ensambla piezas durante todo el día. Guianella ayuda a Kelly, cuidando a primera hora de su hija, Valentina, a la que ayuda a prepararse y posteriormente acompaña al colegio. Diego, el padre, solo va a casa los fines de semana porque su trabajo consiste en cuidar a un señor mayor que necesita atención las 24 horas. 

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Gladys, María Jesus, Finetta, se levantan pronto para ir a trabajar a las casas en las que limpian y cuidan a las partes más vulnerables de la familia, personas mayores o niños pequeños. Andrés es transportista. Boris se levanta pronto porque trabaja en un matinal de la radio. Martín no tiene horario, escribe todo el rato. María es camarera. José es panadero. Brenda y Natalia trabajan en una fundación haciendo información sobre migraciones. Isabel es escritora. 

Algunas de estas personas viven en pleno centro, otras en barrios de las afueras. Algunas pueden votar en las municipales, otras no. Muy pocas de ellas carecen de papeles. 

Ayer la Presidenta de la Comunidad de Madrid, subida en un atril, leyó una intervención preparada con el fin de  dar explicaciones sobre la situación de la expansión de la covid-19 en Madrid. Lo único que transcendió de su discurso fue un comentario en el que relacionaba el  desarrollo de la enfermedad en ciertos barrios con su tasa de población inmigrante. Las redes sociales se encendieron en cuestión de segundos y, ahora, el debate ya está servido. Datos, percepciones, opiniones, todo mezclado: el tema ya no es la gestión deficiente de la Comunidad de Madrid en materia sanitaria, ni la huelga de profesores, ni la huelga de personal sanitario, ahora solo se habla de si los inmigrantes y sus costumbres son, o no, focos de contagio. 

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Nos la ha vuelto colar. Nuestra indignación, legítima, ha convertido a la Presidenta en trending topic y a la inmigración en el tema de debate. A la Presidenta no le pasará nada por decir tonterías. A la población inmigrante de ciertos barrios a lo mejor sí. A la población inmigrante de Madrid en general, buena parte protegida por su capacidad económica, su estatus y su barrio, puede que no les afecte tanto, pero solo por el momento. Si siguen permitiendo este tipo de discursos, un día se llevarán un susto mientras se encuentran esperando para entrar en la consulta del médico, aunque este sea privado. Esto ya le pasó a muchas familias judías en Berlín antes de la Segunda Guerra Mundial.  

Es muy difícil resistirse a la tentación de no responder a una agresión verbal como la de la Presidenta. Sus palabras son tan sumamente insultantes y provocadoras, que una vez vista la comparencia es imposible quitársela de la cabeza. El problema es que ese discurso está hecho a medida para ello. La Presidenta juega con nuestros sentimientos como si fueran los hilos de la marioneta que maneja con soltura. Si todas las personas que nos sentimos insultadas por las majaderías de la Presidenta nos pusiéramos de acuerdo y no le hiciéramos ni caso, sus declaraciones se habrían quedado en una anécdota que solo las personas que asistieron a la sesión conocerían. Esto sucede todo el rato, ¿quién se traga estas sesiones autonómicas? Nadie. Este sistema de promoción de las  idioteces lleva en marcha desde hace varios años ya y ha sido el responsable del triunfo electoral de grandes idiotas, desde Trump a la Presidenta. 

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En lugar de hablar de la Presidenta deberíamos haber recogido el guante y habernos puesto a contar las historias de los inmigrantes en Madrid, incluyéndonos a todas personas que nacimos de fuera de la ciudad. ¿Qué sería de Madrid sin inmigrantes? Nada. Sería la Nada. Y en este sentido, sin duda la Presidenta tiene razón: sin gente, ya no habría covid-19, pero tampoco dinero público para pagar los hospitales. 

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