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El miedo no puede ganar

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Voluntarios caminan por el barranco el Poyo a la altura de Loriguilla, Valencia, este domingo, mientras continúan las labores de limpieza en varios municipios de la región tras el paso de la dana que causó más de 200 muertos el pasado 29 de octubre. EFE/ Villar López

Hace un par de semanas me escribía una persona migrante que vive en València y me contaba que tenía miedo. "Llevo 20 años viviendo en España y nunca había tenido está sensación hasta ahora". En aquel momento la campaña de desinformación anti-migratoria estaba desbordando, habían atacado al presidente y al rey y la reina, y era complicado encontrar información clara sobre lo que estaba sucediendo socialmente. A día de hoy son varias personas migrantes las que me han expresado esa misma sensación, tienen miedo de ser agredidas, por primera vez, y después de llevar muchos tiempo en nuestro país. 

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Es cierto que llevamos ya un tiempo comprobando cómo en España el discurso anti-migratorio se transforma. Se ha pasado de promover el odio hacia todas las personas migrantes por defecto, a afinar más el tiro. Evidentemente no es casual como nada de lo que pasa en temas de odio. El odio es una herramienta y se exploran todas sus capacidades hasta que resulta realmente útil. Y, en nuestro pais, lo que mejor está funcionando es en primer lugar el odio hacia los jóvenes marroquíes que viajan solos, seguido muy de cerca por la islamofobia que está empezando a triunfar. Ahora la ultraderecha y los bulos de nuestro país respetan a las personas latinoamericanas que, según explican, son culturas hermanas, con las que además compartimos religión e idioma. Sin embargo, las personas que son musulmanas o lo parecen, se relacionan con integrismo y peligro. Eso cala mucho más porque es más difícil empatizar con una cultura que no se conoce. Y si bien es cierto que las comunidades arabófonas tienen mayores problemas de integración lingüística que las latinas esta no es la razón del odio. No hay más que mirar lo que está pasando en América Latina con las personas venezolanas, con las que también comparten cultura e idioma; es el mismo odio, contado de forma muy similar.

Volviendo a València y lo que se está viviendo ahí, resulta demoledor pensar que la sociedad que se ha unido para hacer frente a la desgracia puede intoxicarse hasta el punto de permitir que el miedo se instale entre personas vecinas porque tienen un color de piel o una forma de vestirse determinada. No es esa la sociedad que nos va a permitir salir de la desgracia y la tristeza a la que ahora nos tenemos que enfrentar. Escuchaba el otro día el discurso de la ministra Sira Rego hablando de la acogida a menores extranjeros en España, denominándola "universal". Me gustó ese concepto, pero creo que en nuestro país se nos está olvidando enseñar civismo y explicar porque las cosas deben de ser "universales". La universalidad es un modelo en el que todas las personas ciudadanas reciben y dan en partes proporcionales a sus capacidades con el fin de crear un modelo social equilibrado y justo. Con ello se consigue alejarse de modelos sociales muy desiguales, que tienen mucha inseguridad social y mucha decadencia. El bienestar comunitario solo se logra en comunidades equilibradas y cuidadosas, donde los más vulnerables son ayudados por los que más tienen. La universidad es el modelo que se aleja del caos y del desorden, aunque las mentiras y las demagogias de ciertas personas quieran hacernos creer lo contrario.

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Ahora en València la sociedad tiene el reto de no permitir que una panda de petardos nos gane la partida de la solidaridad y la comunidad que ha sido el driver de lo que ha sucedido realmente en estas últimas semanas. Si hay personas que insultan e increpan también tenemos que estar muchas diciendo que no, que las cosas no se hacen así. No podemos dejar que la violencia de unos pocos nos lleve a espacios en los que ya nunca más queremos estar. El miedo no puede ganar.

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