Consumidora pro nobis

Comunión 2.0

Entramos de lleno en la época de las comuniones: se ven, sobre todo en  escaparates de tiendas pequeñas de confección no franquiciadas, vestidos de novia liliputienses, uniformes de marinero y americanas azules con botones dorados tamaño infantil. Pero desde hace ya casi una década hay alternativas a este sacramento: las comuniones civiles se han convertido en la manera de no renunciar al festejo esquivando unas creencias con las que uno, nunca mejor dicho, no comulga.

Pero no es sólo la avidez de banquete y de recibir como regalo la primera cámara de fotos lo que conduce a celebrar comuniones civiles: algunos padres alegan presión social, pues temen el clásico mamá-por-qué-yo-no de parte de sus laicos hijos. También parece estar en juego la necesidad de efectuar un rito de paso a la adolescencia y la de pertenecer a una comunidad: a todos nos gusta formar parte de algún grupo, pero ojo, hay que elegir bien de cuál.

Es pronto para saber si las comuniones civiles serán el evento primaveral por excelencia dentro de unas décadas o si su aparición es solamente fruto de una fase intermedia entre la ineludible comunión de antaño y una época futura en la que los laicos vayan tranquilamente silbando por la calle sin inventarse nuevos rituales. En otras palabras: quizá estas neocomuniones funcionen hoy de algún modo como la prestación social de las últimas décadas del siglo pasado, cuando la mili ya se estaba resquebrajando pero aún se hacía necesario sustituirla por otra actividad.

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