Opinión · Consumidora pro nobis
Lecturas y canciones on the rocks
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Leo la lista de libros (¿detectan la aliteración? Es buscada) considerados por la Casa del Idem como los oficiales del verano 2009 y, al fijarme en los títulos, me entran unas ganas irrefrenables de echarme una toquillita de lana por encima: Las hijas del frío, La reina en el palacio de las corrientes de aire, La princesa de hielo… Es lógico que, en un país donde el personal (incluída una servidora) tiene como misión principal del verano buscar desesperadamente cualquier amago de sombra o de aire acondicionado, triunfe la literatura escandinava, fresquita ella (casi escribo frejquita: eso es porque estoy aún en Madrid), de Stieg Larsson y Camilla Läckberg. Pero, nos guste o no, el concepto “libro del verano” está unido indefectiblemente al de “canción del verano”. Ya lo decía Georgie Dann nada más sacar su Mecagüentó, canción del verano 2007: “Quien critica el tema del verano, critica al pueblo”. No seré yo entonces quien vierta el menor comentario contra los fans acérrimos de Larsson, a riesgo de comprobar cómo me llueven en la cabeza trilogías Millenium por doquier, que si caen de canto deben de hacer chichones tamaño Zipi y Zape, sólo curables a base de árnica.
Este tercer párrafo conjuga las dos ideas anteriores: libro y canción del verano. Casualmente, los columnistas Guillem Martínez, de El País, y Rafael Reig, de este periódico, han dedicado 31 textos agosteños a canciones (el primero) y libros (el segundo) que marcaron sus respectivas épocas estivales. Entre explicaciones de cómo estaban las cosas por ahí fuera en el año del Bailemos el Bimbó y anecdotarios sobre su propia realidad de mocetón transcurrían las finísimas crónicas de Martínez, hoy afortunadamente recopiladas en el libro La canción del verano (Ediciones Debolsillo, 2007). Reig está haciendo lo propio aquí mismo, unas cuantas páginas más adelante, pero en versión libresca. Ambos tienen un poco más de vida a sus espaldas que yo, y mucho anecdotario jugoso —y rijoso— que contar. No esperen más, vayan a leerlos. Yo mientras voy a alcanzar un tetrabrick de horchata de lo alto de la alacena. Por suerte tengo en casa un par de novelotas de tapa dura sobre glaciaciones y mamuts: las usaré como escalones.
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