Opinión · Posibilidad de un nido
Esto no tiene nada de normal
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La primera vez que oí el concepto estado de alarma me pareció lo que es, algo absolutamente excepcional. En lo del confinamiento no abundo, porque es evidente y tuvo sus tiempos. Sin embargo, tras más de un año en esa “alarma”, se nos ha ido posando en el ánimo una costumbre terrosa y dura de vida. Muchas, muchos, tenemos la sensación de que la vida sigue como si tal cosa, porque vamos a trabajar, compramos alimentos (algunas ni a eso llegan), llevamos a las criaturas al colegio, se nos permite usar el transporte público sin respetar lo que llaman “distancia de seguridad”… Ya no nos resulta tan excepcional.
Inmediatamente pasaron a llamarlo “nueva normalidad”. También nos hemos acostumbrado a esa idiotez. Las idioteces, como los años, llegan y se quedan y te arrugan. Desde luego, no deberíamos haber admitido ese término. ¿Quién lo inventó y con qué intención? ¿Para que creyéramos que era una posibilidad irremediable? ¿Para no entristecer a una sociedad infantilizada?
Poco después, un día, oí el término “toque de queda” y se me llenó el ánimo de dictaduras. “Toque de queda” no es una idea que se maneje en democracia, mucho menos durante meses. Se creyó necesario y lo he obedecido, pero me pregunto en cuántas ciudadanas y ciudadanos está dejando su limo de viabilidad. Cuántos considerarán normal que se repita y por qué razones.
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Junto al toque de queda llegaron las “restricciones a la movilidad”, los “cierres perimetrales”, las restricciones y el control del derecho de reunión y lo que llaman “distancia de seguridad” entre las personas. De nuevo entendí que hacía falta, acaté, acatamos. Entiendo que, tras esas medidas, tras su imposición y tras su acatamiento, debe mediar un pacto por ambas partes: se imponen porque el Estado considera que resultan absolutamente imprescindibles, se acatan por la misma razón, o por imposición en caso contrario, pero queda claro que son temporales, que no crean normalidad, ni nueva ni vieja ni mediopensionista. Y que deben terminar en cuanto sea posible.
Sin embargo, el mayor pacto de todos, el que tiene que ver con nuestra construcción democrática, reside en que ninguna de esas medidas (toque de queda, restricción de movimientos y del derecho de reunión etc) puede ser aplicada sin mediar el estado de alarma. De lo contrario, en el caso de que algún territorio decida hacerlo estará contraviniendo el pacto social que rige nuestra convivencia. Y eso no depende del tipo de gobierno, aun comprendiendo que un toque de queda impuesto por un gobierno de la extrema derecha de Vox no tiene las mismas connotaciones que otro pongamos que procede de un consistorio socialista. En cualquiera de los dos casos resultaría, y ya perdonarán la redundancia, alarmante.
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Una sociedad, la nuestra, se dota de mecanismos que garantizan ciertos derechos fundamentales. Y los blindan. Llegado un caso excepcional, como es una pandemia, dichos derechos pueden limitarse, claro está, pero solo habiendo declarado un estado de alarma, como es el caso.
Si el Gobierno decide echar atrás dicho estado, que no tiene nada de normal ni debería tenerlo (ni siquiera debería dejar un poso de tal en nuestro imaginario colectivo), si lo deroga, ninguno de los derechos anteriormente citados debería poder ser conculcado. Lo contrario sentaría un precedente siniestro.
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No me he acostumbrado a los conceptos “toque de queda”, “cierre perimetral”, “restricción de las reuniones”, y sin embargo ya no me erizan la piel. Eso es un cambio y no me gusta. No quiero creer que la vida sigue como si tal cosa por el hecho de que se me permita seguir trabajando e incluso usar un transporte público atestado para hacerlo. Eso no tiene nada de normal. La restricción de mis derechos tampoco.
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