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Opinión · Posibilidad de un nido

Una grieta en la salvaje crueldad

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Dos atletas se abrazan tras una competición.

Vaya por delante que jamás he visto un partido. De nada, de ningún deporte, ni siquiera de fútbol, esa matraca con la que nos castigan semana tras semana. Una matraca territorial y por lo tanto de identidad, o sea básica. El Madrid gana al Barça, el Valencia gana a Atlético del Bilbao, España gana tres medallas… Territorios, pertenencia, rivalidades, idiotez. Es como si a la hora de dar el Premio Nacional de Narrativa se publicara que Cristina Morales ganó a Mengana de Tal, y pongo Mengana porque no se me ocurre qué nombre poner, siendo harto improbable que fueran dos mujeres, porque los premios los ganan habitualmente hombres. Más marciano sería en ese caso publicar en referencia, por ejemplo, a unos premios teatrales que Murcia gana a Zaragoza.

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A fallback.

La cosa de los deportes de élite tiene dos caras y solo dos: victoria y derrota. Siempre pienso que me dan pena, no por perder sino por competir. Porque se entrenan para ganar. Eso encierra un concepto de ganar como ganar contra otros, otras. Qué pereza y qué forma violenta de ver el esfuerzo.

Eso es algo que sucede en nuestra sociedad varias veces a la semana, muchas veces los fines de semana, en todo el territorio y con la participación de la inmensa mayoría de los medios de comunicación. Gracias a ellos. Es dinero. Se trata de crear pasiones de enfrentamiento para que otros ganen dinero.

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A veces pienso en cómo sería esta sociedad si en lugar de eso celebráramos la publicación de un libro, un concierto, la inauguración de una exposición, un estreno teatral o cinematográfico… Lo pienso en serio, me refiero a que contemplo en serio esa posibilidad. Porque podría ser. Bastaría con proponérselo.

¿Por qué no se hace? Básicamente por dinero. Pero pensemos que todo mecanismo para generar dinero se diseña minuciosamente y se aplica a la sociedad según un plan establecido.

No es solo el dinero, pues. Se trata de que la Cultura invita a pensar, empuja a conocer y genera pensamiento crítico y curiosidad. Por lo tanto, desprecia el argumento simple y denuncia y deja en evidencia el engaño y lo corrompido. La Cultura y el pensamiento elevan el nivel del discurso público, lo enriquecen y lo hacen complejo. Eso dejaría en cueros a la gran mayoría de los actuales gestores y políticos. Y sobre todo desnudaría el sistema de mentiras, ocultaciones, simplezas y argumentos torticeros que manejan la mayoría de los medios de comunicación en la actualidad.

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El punto de inmundicia al que hemos llegado se llama "argumentario". El argumentario es el mensaje que un grupo político y sus comunicadores en los medios deciden lanzar para que la población articule la opinión que a ellos les conviene, la haga suya y se alimente de ella. Se trata de una idea de una simpleza bochornosa que debe calar a fuerza de repetirla. Por ejemplo, el PP distribuye entre sus gentes la frase/idea "El alzamiento de Franco nos salvó del comunismo y el asesinato de sacerdotes y monjas". Es una idiotez, sí, pero ese mismo día y los siguientes una caterva de comunicadores lo repetirá a diestro y siniestro. Y calará.

Podría no ser así. Para que así sea se necesita haber rebajado hasta tal punto las aspiraciones de la población que ya no se espere nada más que el próximo partido de la Liga. Y puntualmente, el partido llega. Por si no fuera suficiente, se inventan otras ligas, españolas, europeas, mundiales, galácticas.

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A veces imagino una sociedad, pongamos la nuestra, en la que los espacios de comunicación, los grandes medios, se dedicaran a asuntos culturales y de pensamiento. Que las grandes comunicadoras y comunicadores entrevistaran a gentes de la ciencia, de la cultura, de los ámbitos creativos. Que en las tertulias se debatiera con profundidad y humor sobre temas que nos hicieran mejores, más cultos, más austeros. Una sociedad debería tender a ser culta y austera para alcanzar los niveles de respeto, convivencia y buena vida que todos los seres humanos mereceríamos.

La cuestión es que no podemos afirmar que todos y todas aspiren a ellos, ni por supuesto que crean necesitarlos. Las necesidades se crean y se destruyen. Ninguna realidad creada es inocente. Ha habido programas excelentes basados en divulgación científica, libros, artes, política en su sentido honesto, tecnología, pensamiento, pongamos por caso. Ahora, sin embargo, nos resultan impensables. Absolutamente. Poco a poco la comunicación ha ido empobreciendo las aspiraciones de esta sociedad hasta el punto de no imaginar algo que no sea fútbol o cotilleos a cerca de personas cuya relevancia se crea para ello. Su no existencia resulta abrumadora.

Sé de lo que hablo. Participo en ello.

Estos días se ha hablado largamente sobre algunos cambios de comportamiento apreciados durante los actuales Juegos Olímpicos: la sorpresa que supuso la retirada de Simone Biles y su declaración sobre la salud mental propia y de quienes participan como ella de los estragos que provoca la competición feroz; el hecho de que varias y varios participantes abrazaran a quienes se suponen rivales; los gestos de satisfacción, pese a haber perdido, por el simple hecho de participar.

Todo lo anterior ha resultado sorprendente por insólito. Eso no va con la competición, es lo contrario de la competición tal y como la entendemos. De ahí la sorpresa. Todo eso no había pasado nunca antes. Algo ha crujido ahí y ha mostrado las grietas de una violencia sellada con dinero. A todo el entramado de una sociedad empujada, instruida en la avidez de competición, de enfrentamientos, de rivalidades territoriales, a toda esa construcción de crueldad para generar dinero le ha aparecido una pequeñísima, ínfima brecha, pero tan importante.

Tendrá su respuesta y su castigo. No solo porque el dinero no se toca, sino para que no cunda la sensación de que las cosas pueden ser de otra manera. Pero pueden ser de otra manera. Ya no parece tan descabellado. De repente no se ha hablado de "destrozar al contrario", enfrentamientos "a vida o muerte", gran "decepción nacional", regresar "con la cabeza baja". Se ha hablado de fragilidad, humanidad, generosidad, transformación. Un instante, pero ha sucedido y será lo que se recuerde. Que resulte inaudito muestra hasta qué punto consideramos normal e incuestionable la violencia del dinero, del gana-al-otro-y-hazte-rico, machácalo-y-sé-famoso.

La pequeñísima astilla que ha saltado en estos Juegos Olímpicos podría prender. Sin duda, prender con un fuego mejor y más duradero que el del argumentario político de turno, más duradero que cualquier copa en cualquier estante de cualquier equipo de fútbol. Llámenme loca, pero frente a la competición salvaje y crudelísima que destroza seres humanos para alimentar con dinero a los de siempre, algo podría suceder. Para que prenda es necesario que el pan y circo en el que aterriza tenga también su grieta, mínimo surco fértil.

De nuevo será cuestión de los medios de comunicación optar por una o por otra. Como escribió Italo Calvino en Las ciudades invisibles: "buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio".

Me da pudor admitir que conservo intacta la esperanza en tal posibilidad.

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