Opinión · Posibilidad de un nido
Celulitis para los asnos
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Me entero de que existe algo llamado “body shaming”, que se refiere a humillar a alguien a base de ridiculizar o burlarse de su cuerpo. Sin duda, poner nombre a lo habitual tiene sus ventajas. La principal es que identifica aquello que consideramos negativo. Las actrices, cantantes y “famosas” de un tiempo a esta parte se han lanzado a mostrarse “como son”, lo que se traduce en fotografías donde muestran su celulitis, su barriga, sus lorzas, sus canas, sus arrugas… En fin, todo aquello que consideran imperfecciones. Lo ven como una forma de luchar contra ese “body shaming”.
Le encuentro, así a bote pronto, varios problemas a este asunto. El principal está en el propio significado del término, que implica un patrón. Es decir, dar por hecho que se puede humillar a alguien por su aspecto físico necesita un aspecto físico modélico no humillable. Por supuesto que existe dicho tipo de violencia, ha existido siempre. No hacían falta redes sociales para que las alumnas se rieran de la gorda de la clase o de la peluda, de la flaca, de la torpe, de la pobre, de la empollona, de la miope, suma y sigue. Ponerle nombre a eso parece una forma algo limitada de enfrentarlo. Las respuestas antes citadas de las “famosas”, más.
Sabemos que está mal reírse del cuerpo de alguien. No hace falta que nos descubran la sopa de ajo. Mostrar públicamente que tú también compartes “defectos” con las humilladas no hace sino reafirmar el supuesto “defecto” como tal. La cuestión es la mirada. Quién mira y desde dónde.
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He aprendido mucho últimamente de mi trato con las mujeres, que por cierto ha cambiado radicalmente desde que decidimos optar por lo que llamaría cuidados mutuos. Para empezar, he comprobado definitivamente que aquella idea de que somos enemigas o rivales entre nosotras es una patraña inventada por el patriarcado para restarnos fuerza y, sobre todo, autoestima. Hay que ver qué simples son sus manejos si te paras a mirarlos. Si una está sola, si no comparte sus asuntos con sus iguales e incluso las teme, necesariamente se ve obligada a mirarse en los estereotipos a su alcance. Los estereotipos al alcance de las mujeres, en términos generales y hasta el momento, resultan aterradores. Basta un recorrido al vuelo por aquellas que se nos han vendido como modelos de algo, y más concretamente por el aspecto de sus cuerpos.
En ese punto, el de los cuerpos, es en el que más he aprendido tratando con mujeres ya de forma habitual. Yo podría ser lo que se considera una “mujer madura” y me gusta. Me gusta mucho, pero también me gusta mucho ser lo contrario. Tengo un cuerpo que es mi cuerpo, sencillamente. No responde a la mirada de nadie, no tengo espejo social ni económico, es un cuerpo más entre otros cuerpos. Me gusta. Estoy gorda y estoy delgada, soy alta y baja, fuerte y floja, tersa y arrugada, joven y vieja. Todas somos eso mismo. Si recuerdo mis últimas reuniones con mujeres de edades que van desde los 25 hasta los 75, me doy cuenta de que todas somos eso y lo contrario.
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Se trata de la mirada. No hay entre nosotras un baremo, un patrón, un estereotipo al que aspirar o con el que compararse. Hay un reconocimiento mutuo. Sin embargo, en otros ámbitos o situaciones, esas mismas mujeres sí podemos sentirnos viejas, gordas, feas o aquejadas de cualquiera de esos “defectos” susceptibles de ser usados contra nuestra persona. La diferencia responde a la mirada sobre nosotras. Es decir, al trato con personas que sí manejan unos cánones violentos. Ponerle nombre a esa violencia no es en sí mismo una solución. Responder a ella implica acatamiento, la reconoce y de ese modo la refuerza.
Es como incluir a una mujer que no esté flaca en un catálogo de sujetadores o a una mujer que no sea joven en un desfile de moda. Pasan a convertirse en la gorda y la vieja. De eso se trata.
Una solución algo más práctica podría consistir en no aparecer en catálogos de sujetadores ni desfilar modelos. O sea, no participar. Sigo dándole vueltas a la conveniencia de apartarse como una forma efectiva de lucha contra la violencia. Lo conté aquí mismo cuando dejé Twitter. Existen espacios en los que no cabe eso llamado “body shaming”, en los que cada cuerpo es un cuerpo, otro entre muchos. No hace falta siquiera mostrarlo como forma de reivindicación. Perdemos demasiado tiempo en esas batallas estériles. Salir de ahí hacia esos otros espacios libres de violencia me parece una opción mejor que alimentar con nuestra celulitis a los asnos.
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