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Opinión · Posibilidad de un nido

Pedid dinero, dinero, dinero

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No se habla de dinero. A algunas nos lo vendieron como una idea de buena educación y a otras, como garantía de algo. Por el dinero no se pregunta. Recuerdo una ocasión hacia principios de los 2000. Yo tenía que contratar a varias personas para un proyecto de comunicación de una gran empresa. En realidad, daría lo mismo que la empresa fuera mediana o pequeña, pero era grande. Mi jefe –los jefes no pisan esos barros–, tras la monserga de turno sobre cuantísimo confiaba en mi criterio, me hizo una única advertencia: “hazles la entrevista y, si te preguntan cuánto cobrarán, no los cojas. No es eso lo que debe importarles”. Oh, el tierno “amor a la profesión”. Pero no se trataba de eso. Oh, la sacrosanta “vocación”. Tampoco de esto. Al tipo aquel no le importaban un pimiento la profesión ni la vocación, sino un rebaño al que sí se hubiera convencido de que ambas, profesión y vocación, son contrarias al dinero.

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Efectivamente, el dinero es el tema. No lo llamemos sueldo o salario. No lo llamemos riqueza o patrimonio. No disfracemos el dinero, dinero, dinero con las sedas de lo merecido, por esfuerzo o cuna. Si una disfraza el dinero, si lo ha demonizado como idea, cuando lo reciba no lo considerará suyo sino un premio por su trabajo. Pero nuestro trabajo es dinero. No es otra cosa. Ojalá nos guste a rabiar y aquello en lo que nos dejamos la piel a cambio de dinero, dinero, dinero, nos eleve hasta el altar de las bendecidas. Pero da igual si no es así, resulta absolutamente irrelevante que nos eleve, satisfaga, complete o no. Es trabajo en tanto en cuanto es dinero, dinero, dinero. El dinero, dinero, dinero que recibimos a cambio no es una recompensa, sino una representación de algo que ya era nuestro.

Mi generación (nací en 1968) y la anterior a la mía vivimos una suerte de demonización del dinero, dinero, dinero. Algo así como si el dinero ensuciara, como si las cosas del dinero, la exigencia de dinero, el manejo y la cuenta del dinero nos envilecieran de algún modo. Esto que vivimos es la consecuencia de ese nuestro dejarnos en la idiotez.

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Estos días hemos oído y leído mucho sobre dos asuntos que tienen que ver con el dinero, dinero, dinero: la Reforma Laboral y el “regreso a las aulas”.

Vamos allá.

La Reforma laboral, la anterior por supuesto, pero esta también, nacen del desprecio por trabajadores y trabajadoras fruto de todo lo anterior. El dinero que ganan, que ganamos, no se considera nuestro dinero sino un premio. Mayor o menor, pero un premio. Es peor aún: el simple hecho de trabajar ya es un premio. De ahí parte la actual ponzoña del “al menos tienes un trabajo”.

Quien cree que merece un premio agradece que se lo den, lo celebra. De ahí que el trabajador, la trabajadora, sean quienes agradecen el trabajo que tienen, cuando debería ser el empleador, el empresario o empresaria quienes agradecieran el dinero que esos trabajadores aportan en forma de trabajo a algo que ellos no hacen. Lo hacen los trabajadores y trabajadoras. ¿Reciben dinero por ello? Hasta ahí podíamos llegar, podría una decirse hace unos años. Ahora no. Ahora tenemos que agradecer el hecho de recibir dinero a cambio de trabajar. O sea, agradecer que nos den nuestro dinero e incluso mucho, muchísimo menos que nuestro dinero. Las horas que una pasa en una ferretería, una barra de bar, un aula de primaria o una empresa pública son dinero, su dinero, nuestro dinero. Peor: agradecer el trabajo en sí mismo, incluso sin remuneración. ¿Cuándo se nos olvidó todo esto, la justicia, los derechos, las luchas de tantos y tantas incluso hasta la muerte, la decencia?

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Entonces vamos al asunto de la “vuelta a las aulas”.

La formación de todo ser humano debería servir para que viva, para que se gane la vida, en una sociedad, en principio la misma que lo forma. Se nos olvida lo básico, de dónde proceden normas y pautas, si se me permite el sacrilegio, desde los análisis de la educación pública postindustrial hasta los estudios sobre la milenaria Escuela superior Shang Hsiang. La educación es posterior a la sociedad, lo sucede. Se debe partir del momento histórico en el que se forma a los ciudadanos y ciudadanas para elaborar unas herramientas que les permitan, en este caso a la mayoría e idealmente universal, adquirir unos conocimientos al menos básicos para vivir en la comunidad que sea. Lo que supone, qué obviedad, conocer su entorno económico, laboral, social, político, legal etcétera.

Dicho. ¿Podemos afirmar que eso sucede actualmente? ¿Podemos afirmar que los constructores del sistema educativo actual conocen de forma fehaciente la sociedad para la que forman a nuestros menores? No me refiero, por descontado, a docentes, sino a aquellos y aquellas que diseñan contenidos y métodos a impartir.

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Y un paso más: ¿podemos afirmar que el conocimiento impartido a nuestra infancia y adolescencia durante todos sus años de formación les será útil para ganar dinero? Sí, dinero, dinero, dinero.

Eso, eso es. No pregunto por su “crecimiento personal”, ni por su “desarrollo humano”, ni por la calificación de sus resultados en un supuesto ranking internacional. Pregunto si sabemos en qué sociedad viven y vivirán nuestros hijos e hijas, y cuáles son las formas de ganar dinero en dicho entorno. Pregunto si, en la remota posibilidad de que lo sepamos, les estamos formando para ello. Pregunto, en fin, si estamos dando a nuestros hijos e hijas (y eso no solo atañe a quienes los tienen) las mínimas herramientas para vivir de forma autónoma.

No ganan dinero. Ni siquiera quienes trabajan ganan dinero, desde luego no el dinero que su trabajo supone. Poco a poco vamos asumiendo que ni siquiera merecen esperarlo, que su premio es el trabajo mismo. Sin embargo, nuestro problema (porque es y será nuestro) no reside en que no ganan dinero, con lo brutal que tal extremo supone, sino en que ni siquiera lo esperan o lo exigen de forma contundente. Podríamos resumirlo en: reforma laboral y regreso a las aulas.

Cuando enfrento a los estudiantes que salen de institutos y universidades, ahora, después de tantos años de hacer el imbécil, me dan ganas de enfrentarlos, enfrentarlas y gritar: “Pedid dinero, dinero, dinero”. En eso van convirtiendo nuestra idea de la revolución.

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