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Opinión · Posibilidad de un nido

Vox es, efectivamente, el mal

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Ayer martes, un periodista que se considera llamémoslo “liberal”, y además es hombre bueno, se preguntaba ante mí por qué la gente no se para a pensar lo que dice, por qué repite consignas oídas aquí y allá sin dedicar un minuto a planteárselas. Ahí reside, por ejemplo, el éxito de los llamados “argumentarios” políticos. Los partidos diseñan un lema y todos sus miembros y también sus “representantes” en los medios de comunicación lo repiten hasta la saciedad. Esa idea, por supuesto, echa raíces y acaba cundiendo. Es la única manera de explicar, por ejemplo, que exista una cantidad insoportable de hombres jóvenes que opina que la violencia machista no existe o que los niños que llegan solos a España desde países pobres vienen a matar.

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Me recordó a la afirmación del diputado de Ciudadanos, Miguel Ángel Gutiérrez, quien ante las propuestas de Vox, respondió hace nada que son “malas personas”. Y efectivamente lo son. Todo lo anterior me llevó, cómo no, a la muy manoseada “banalidad del mal” de Hannah Arendt. Más allá de eso, me pregunté cuándo y por qué hemos abandonado la idea del mal y del bien, y por ende que hay personas malas y personas buenas. Tras algunas vueltas, concluí que sí, que hay personas malas y que eso no responde forzosamente en patologías ni condiciones económicas o culturales. Son malas. Y los miembros de Vox son malos. Así de simple y terrible.

¿En qué consiste ser malo? Nuestra sociedad es de raíz cristiana, profundamente cristiana. Todos y todas, seamos o no creyentes, incluso las ateas furibundas como yo, nos manejamos según los principios del cristianismo. O sea: lo bueno es la compasión, el amor al prójimo, la lucha contra las injusticias, la generosidad o la hospitalidad. Por el contrario, malo es odiar, la avaricia, robar, no tener compasión o consentir la violencia, justificarla y/o infligirla. En ese sentido, las palabras del diputado de C’s son acertadísimas, directas y sin rodeos: los políticos y políticas de Vox son “malas personas”. Podría añadir que son personas malas, lo que no es exactamente lo mismo.

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Entonces llega el asunto de la gente a la que se hacía alusión mi amigo periodista. Cuando me refiero en tertulias y conversaciones a la violencia de Vox y sus conexiones con el fascismo, el argumentario que ha prendido entre la mayoría, y hay que ver con qué éxito, se resume en una pregunta: ¿o sea que los millones de personas que les votan son violentas y fascistas? Y no, sencillamente la mayoría les vota por una insoportable frivolidad, o sea porque deciden no plantearse sus propuestas, no pensarlas ni un momento, asumirlas sin más. Algunos, quienes sí se lo plantean, les votan porque no tienen el mínimo respeto por el bien, o sea porque son, como diría el diputado Gutiérrez, “malas personas”. Pero para que esas malas personas o las frívolas voten a Vox, hace falta que Vox exista. Es decir, que los malos se agrupen para hacer lo que saben: el mal.

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