Opinión · Posibilidad de un nido
No quiero que mis impuestos vayan a la Iglesia
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No creo que el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, haya aprovechado su visita de este mes al Papa Francisco en el Vaticano para recordarle la irregularidades fiscales de la Iglesia católica en España. Raro habría sido, ya que es su Gobierno, como todos los anteriores, el que defiende dichas exenciones fiscales y opacidad. Pero la población española es cada vez más pobre y los miles de millones de euros que el Estado provee anualmente a la Iglesia católica siguen intactos, algunos incluso aumentan.
Miles de millones les damos cada año, me repito cuando oigo recomendaciones sobre el uso de la lavadora. Miles de millones les damos cada año, pienso cuando publicamos que la mayoría de las familias ya prácticamente no come carne o pescado. Miles de millones… ¿y ellos? ¿Y la Iglesia?
“La Iglesia católica española es inmensamente rica, posee innumerables inmuebles rústicos y urbanos (algunos de los cuales son fruto de expolios), bienes mobiliarios, artísticos y suntuarios de todo tipo”. Así se explicaba en el último informe publicado por Europa Laica y recogido en este diario por Danilo Albín. “El Estado le permite, injustificadamente, la opacidad de sus cuentas, patrimonio, así como de las operaciones y transacciones económicas y, además, vive en un paraíso fiscal ilegitimo y presuntamente ilegal”.
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En los últimos días hemos sabido, además, que el sueldo que el Estado paga a los docentes de religión en España ha sido en 2021 (último dato con el que se cuenta) el más alto de la última década: 115,9 millones de euros. Sorprendente, teniendo en cuenta que tanto los profesores como el alumnado de dicha asignatura no han hecho más que descender. Pero esto no es nada si tenemos en cuenta que lo que España, o sea usted y yo, pagamos a los colegios religiosos se cuenta por miles de millones de euros anuales. Repito: miles de millones de euros cada año.
¿No ha llegado el momento de plantarnos? Soy firme defensora de los impuestos, de la distribución de la riqueza, de la fiscalidad según ingresos, etcétera. Pago religiosamente cada mes mucho dinero. Cientos de euros pago cada mes al Estado, o sea miles al año, quien confío que los destinará a mejorar la vida de mis semejantes.
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A veces el asunto de trabajar en la televisión engaña. Sé de qué hablo. Si lo haces, como yo, en calidad de colaboradora y como autónoma, el sueldo resultante no da para alegrías. Si además eres madre sola de una hija y un hijo, menos. Así que cada euro que yo, autónoma, cedo para el bien común, e insisto en que suman miles al año, se lo resto a mi vida familiar. Lo hago la mayoría de las veces apretando los dientes y jurando en varios idiomas. Llega el día 20 del mes y ya sabemos que nos quedan por delante diez días magros. Imagino que con dos sueldos en casa las cosas funcionan mejor, pero somos muchas las familias monoparentales, casi todas somos madres, y muchas, muchísimas, no recibimos un euro de aquellos que se fueron.
En fin, que pago mensualmente mis impuestos, miles de euros anuales, y es dinero que no me sobra. A la mayoría de las familias españolas todavía les sobra menos, y los pagan también. Por eso creo llegado el momento de decir basta.
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No quiero que ni uno solo de los cientos de euros con los que contribuyo cada mes a sostener esta sociedad y ayudar a quienes tienen menos recursos vaya a parar a manos de la Iglesia. No se me pongan exquisitos: ni a la católica ni a ninguna otra, me refiero a la católica porque es la que recibe la inmensísima mayoría de esos fondos del Estado, o sea, suyos y míos.
No quiero que den mi dinero a una organización que se escaquea de pagar impuestos. Es decir, que se lucra de lo nuestro, sobre todo sangrante en el caso de las familias más pobres, haciendo trampas y sin aportar lo que le toca, eso sí, con la connivencia de todos los Gobiernos que esta democracia ha tenido.
No quiero que se financie con miles de euros a centros educativos propiedad de la Iglesia, una entidad en cuya base está la culpabilización de la mujer, el castigo a nuestro cuerpo, la sumisión de la hembra al macho, con Eva y su manzana y la virginidad de María a la cabeza. O sea, que se pasa el mandato constitucional de igualdad entre hombres y mujeres por bajo la sotana.
No quiero que se dé un euro de mi dinero a una organización que se niega a investigar los crímenes –robos de criaturas y pederastia entre otros– y a dar cuentas de ellos, que tapa a sus criminales, que los esconde de la Ley.
No quiero aportar ni uno solo de mis euros a una organización jerárquica, machista y homófoba, donde las mujeres están consideradas seres que no pueden participar en ninguna forma de su gobierno, inferiores, y la comunidad LGTBI una panda de degenerados y degeneradas.
Me niego a que el Estado entregue un solo euro mío a la Iglesia que me prohíbe ser soberana de mi propio cuerpo, que criminaliza el placer libre, la sexualidad libre, el aborto, una organización por tanto pervertida y que pervierte lo que toca.
Como ni el Gobierno al que representaba Bolaños en su visita al Papa ni ningún otro anterior han dado ni parecen dispuestos a dar un paso, me atrevo a proponer desde aquí una objeción fiscal a la Iglesia. Nos cuesta mucho lo poco que ganamos como para que se lo que queden quienes roban.
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