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Opinión · Posibilidad de un nido

Rubiales se tiró un pedo ante las mujeres

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El presidente de Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales, durante la recepción del presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, al equipo en el Palacio de la Moncloa, tras su victoria en la Copa del Mundo. REUTERS/Juan Medina

Vi la serie Stranger Things con mi hija menor y me resultó muy interesante comprobar las cosas que no cambian. No importa que no la hayan visto, no es necesario para entender este artículo, porque los pedos los conocemos todas, todos. Y es que pensando en lo de Rubiales –agresión a Jenni Hermoso, tocada de pelotas propias, bracito sobre la reina Letizia, levantamiento de jugadora, sobeteo al equipo–, he recordado un capítulo en el que un chaval llamado Mike Wheeler se tira un pedo con sus amigos. Es un pedo largo, sonoro, de esos que los chicos se tiran ostentosamente, incluso levantando una pierna.

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Resulta que en la serie hay una chica, Eleven, que tiene poderes especiales. Es capaz de ver lo que sucede en un lugar lejano al que se encuentra. En este caso, la habitación donde está el chico enamorado de ella, Mike, con sus amigos. Los chavales se encuentran en unas posturas que no son las que adoptan cuando están con las muchachas. Todo está sucio y revuelto, cunde el desorden y sus posturas retratan lo contrario a la elegancia.

Quien montó la escena sabía lo que quería reflejar: El espacio masculino al que no tienen acceso las mujeres. Es decir, no solo un espacio físico, sino una predisposición de ánimo y una forma de comportamiento que solo se da cuando se encuentran entre ellos, a salvo de la mirada femenina. Es en ese contexto en el que Mike, chico que trata de resultar correcto y atildado ante la muchacha por la que suspira, se tira un pedo de campeonato. Sus amigos protestan, pero lo hacen en un tono jovial, como acostumbrados, una especie de jojojó, tío, qué guarro.

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Un tiempo después, se enteran de que, gracias a sus poderes, Eleven ha contemplado la escena. Y no solo eso, además la ha comentado con su mejor amiga, otra de sus ídolas, algo que les resulta bochornoso, insoportable, terrible. Pero además les resulta injusto. ¿Por qué injusto? Sencillamente porque están entre chicos, y cuando no hay mujeres en los alrededores, ellos hacen cosas que no harían ante ellas, cosas que no son correctas, que no están bien vistas, que son directamente reprochables.

Va otro ejemplo. Recuerdo cuando yo tuve un cargo en un periódico, una jefatura de sección. Entonces, los políticos o las empresas acostumbraban a invitar a redactores de los distintos medios a viajar con ellos para dar “cobertura” a una firma, un acuerdo, o sencillamente para darles un caramelito y colocar cuatro declaraciones en un entorno propicio. Después de algún tiempo en el que quedaba claro que nunca era yo la elegida para participar en los viajes de ciertos políticos y ciertas empresas, me mosqueé y protesté a la dirección. Se me respondió algo vago y fue uno de los redactores quien me tuvo que abrir los ojos, como quien le explica lo obvio a alguien nuevo o corto de luces.

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En esos viajes solo participaban redactores varones. “Resultarías incómoda, ¿me entiendes?”. Le dije que no, que no le entendía en absoluto. “Después de la jornada de trabajo, ellos se van todos juntos a cenar y luego…”. No quise oír qué pasaba luego, porque de golpe comprendí no solo eso, sino muchas otras cosas. Dejémoslo en el triste concepto de “camaradería masculina”.

En su libro Los Boys Club. Por qué los hombres siguen dominando el mundo, la canadiense Martine Delvaux lo describe maravillosamente. Sirva la sinopsis del libro para ilustrarlo: “Los boys clubs se componen de hombres, en general blancos, mayores, heterosexuales y ricos, que operan en un circuito cerrado. Intercambian cifras, información, documentos, dinero, o mujeres. Desde el ejército, a la política, los bufetes de abogados, las escuelas y empresas, estos grupos exclusivamente masculinos ejercen el poder. Al levantar el velo sobre esta estructura patriarcal, Martine Delvaux ofrece una inmersión en esta fábrica secreta de la virilidad que permite mantener la dominación masculina mediante el desprecio, la exclusión y la invisibilización de las mujeres”.

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Digamos que ese pedo es el ejemplo de lo tonto, de lo que hacen cuando se encuentran en su “boys club” y solo les parece “cosa de chicos”. Pero luego está aquello que consideran reprochable, y que también hacen en dichas condiciones, como irse de putas en un viaje de trabajo supuestamente periodístico invitados por un político (al viaje, a las putas no lo sé).

Pero hete aquí que un grupo de mujeres jóvenes de repente, inopinadamente, con todo en contra y en unas condiciones muchísimo más adversas de lo que se sabe, ganan el Mundial de Fútbol. Y con ese gesto irrumpen en la habitación donde los chicos se tiran los pedos, en el boys club donde los hombres poderosos negocian sus privilegios, atropellos, misoginias, crueldades y mofas contra nosotras, sus costumbres. Y todo cambia de golpe. Por eso Luis Rubiales, el presidente de la Real Federación Española de Fútbol no entiende lo que le ha pasado. Ni pajolera idea.

Rubiales está acostumbrado a hacer lo que le sale de esas pelotas que se agarra con soltura para que el mundo lo vea. Es evidente que quienes le rodean también están acostumbrados. Y en ese “quienes le rodean” incluyo a los miembros de la Federación, de todas las federaciones españolas de fútbol, a los directivos, los patrocinadores y todos los medios de comunicación, para empezar.

Quienes no estábamos acostumbradas somos las mujeres. Oh, mira tú por dónde qué mala suerte. No estamos acostumbradas porque nosotras no pertenecemos ni hemos participado tradicionalmente de ese boys club, el “mundo del fútbol”. Y no me vengan con que hay muchas mujeres que disfrutan del balompié, que saben a qué me refiero. Pero la sociedad ha cambiado, y en España no solo cientos de miles de mujeres sino también sus hijas e hijos estaban viendo en directo el partido de las campeonas cuando ese tipo, Rubiales, se comportó como suele hacerlo.

Porque suele hacerlo, siempre, lleva haciéndolo décadas, y no había pasado nada hasta ahora. Porque hasta ahora las mujeres no estábamos en la habitación donde se ha tirado su repugnante pedo. Pero esta nueva sociedad donde ellas ganan copas mundiales de fútbol no está dispuesta a mirar hacia otro lado. En esta sociedad, las mujeres estamos entrando en los ámbitos estrictamente masculinos, sus boys club, y eso lo cambia todo. Deberán preguntarse, para empezar, por qué consideraban que algunas cosas no debíamos saberlas nosotras. Por qué se nos debe tratar como a idiotas, con condescendencia o directamente engaño y mentira. Por qué agresivamente.

Será porque lo que hacen no es digno de conocerse. Será porque les resulta íntimamente vergonzoso, reprobable o punible. Será que nosotras no hacemos esas cosas.

Son muchos los grupos de comunicación e incluso instancias estatales que han tratado de pararle los pies a Rubiales, sin éxito. Sus tropelías, sus cacicadas y fechorías son de todos conocidas desde hace años, dicen, pero se habían dado por vencidos, en teoría porque les parecía omnipotente. Sin embargo, ha bastado la mirada de las mujeres para dejarlo en pelotas ante el mundo.

Da igual lo que le pase ahora. Luis Rubiales se tiró un pedo ante todas nosotras y el resto ya sabe que estamos mirando.

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