Opinión ·
“Argelia no es una monarquía, es una república”. Incertidumbre
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Tica Font, Centre Delàs d’Estudis per la Pau
Los medios de comunicación españoles hablan poco de las movilizaciones ciudadanas en las principales ciudades de Argelia. Los ciudadanos han salido a la calle, protestan contra el intento del régimen de Buteflika de continuar en el poder. La gente pide cambios, quieren cambios, en una pancarta puede leerse “Argelia no es una monarquía es una república”.
Las protestas empezaron cuando el presidente Buteflika, anciano de 82 años y con graves problemas de salud, anunciaba que quería volver a ser candidato a las elecciones después de 20 años en el poder. Los Colegios de Abogados pedían al Consejo Constitucional que no avalase a Buteflika como candidato electoral por su “incapacidad para ejercer” sus funciones de jefe de estado. El presidente sufrió un derrame cerebral en 2013 que le dejo graves secuelas, va en silla de ruedas, no habla en público y ha reducido drásticamente sus apariciones públicas.
Los argelinos no solamente protestan por la estafa que representa que Buteflika sea nuevamente el candidato a presidente, también rechazan un sistema político obsoleto dominado por viejos veteranos de la guerra de la independencia de 1962. Buteflika finalmente ha cedido, ha renunciado a ser candidato y ha anunciado la decisión de retrasar las elecciones sin poner fecha a las mismas y sin poner fecha a su salida como presidente. La gente pedía en las calles elecciones sin Buteflika y ahora tienen a Buteflika sin elecciones.
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En su mensaje de renuncia se compromete a crear una Conferencia nacional que lidere la transición, pero al frente de la misma ha puesto a un hombre fiel al régimen, un diplomático de 85 años, otro anciano sin conexión con la juventud. Puestos a aparentar que hay reformas, el primer ministro Ouyahia de 67 años ha dimitido y su lugar lo ocupara el que era ministro de interior de 59 años y han creado el cargo de viceministro que lo ocupará el que fue ministro de exteriores, Lamamra de 66 años.
En la calle miles o millones de argelinos rechazan estas maniobras del régimen para poder perpetuarse, siguen luchando con la esperanza de un gran cambio, Nadie en Europa se atreva a hablar de “primavera” argelina, los europeos hemos asociado el término “primavera árabe” a represión, conflicto violento armado, guerra, flujos migratorios y relanzamiento del islamismo político. En los occidentales inquieta el pasado reciente argelino, pesan los recuerdos de la década de los 90, cuando los islamistas ganaron las elecciones y los militares dieron un golpe de estado para echarlos del poder. En Europa pesa la pregunta de si los islamistas podrían beneficiarse electoralmente de esta rebelión y si hay elecciones libres si las volverían a ganar como pasó en los 90.
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El general A. Gaid Salah, el jefe del ejército argelino, en un discurso público ha apelado a la responsabilidad para encontrar soluciones a la crisis. La pregunta que se formulan muchos argelinos es, ¿de qué habla el general?, ¿está pidiendo la dimisión de Buteflika? o ¿está avisando de una posible intervención militar? Tengamos presente que los militares controlan las explotaciones petroleras y las empresas de seguridad de dicha industria, son el poder en la sombra.
La población argelina sigue manifestándose a favor del cambio de régimen, han recuperado la energía de la protesta aunque no han olvidado los resultados devastadores de la guerra de los 90. El régimen intenta ganar tiempo, intenta negociar con ciertos sectores para llevar a cabo cambios para que todo siga igual y los gobiernos europeos están preocupados para que los cambios que se puedan producir con las elecciones no pongan en peligro la llegada de gas hasta nuestras empresas y casas.
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El silencio europeo habla, un silencio que renuncia a defender los grandes valores como democracia y libertad, un silencio que no da apoyo a la población que pide cambios, un silencio que apoya cualquier solución aunque sea un golpe de estado y fuerte represión con tal que no ganen unas elecciones el islamismo político o que se ponga en riesgo el gas que llega al sur de Europa. En definitiva un silencio que aboga por un cambio que no cambie nada.
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