Opinión · Cuarto y mitad
Por un feminismo internacionalista
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Yo no entiendo qué tiene de especial haber nacido en un lugar o en otro como para enorgullecerse de ello. Entendería que alguien se sintiera orgulloso de su país si por ejemplo este hubiera erradicado la pobreza, o eliminado la violencia contra las mujeres, o conseguido el pleno empleo, u obtenido un nivel de vida digno para toda la ciudadanía, o ser un referente de apertura y solidaridad para el mundo entero.
Es igual que sentirse orgulloso de haber nacido en una familia cualquiera sin motivo alguno. Entiendo que una persona pueda sentirse orgullosa de sus padres por haberle transmitido unos determinados valores humanos, por el sacrificio que hicieron para darle una educación, o por otras razones por las cuales se puede estar agradecido. También se puede mostrar orgullo personal por haber superado una situación difícil, por haber obtenido unos logros que parecían inalcanzables, por haber alcanzado una posición tras muchas dificultades o por muchas otras cosas que revelen un mérito indiscutible. Sentirse orgulloso de algo siempre obedece a un motivo.
Pero ¿qué mérito hay en nacer en España, en Cataluña, en China o en Honolulú? Esto es tan absurdo como si yo me enorgulleciera de medir 1.63 cm. o de calzar un 38. Situaciones totalmente azarosas que no tienen nada que ver ni con el mérito individual ni con el colectivo. Detrás de estos enorgullecimientos patrios siempre se esconde un sentimiento de superioridad, un deseo de enaltecer lo propio para desmerecer o desdeñar lo ajeno. Si yo me declaro orgullosa de mi país, sin motivo alguno, me elevo por encima de los demás y encima me sitúo a una altura moral que me hace parecer mejor. Todos los países y lugares tienen cosas positivas y cosas negativas en su historia, y prácticas sociales dignas de elogio y otras deleznables.
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Todos somos de un determinado lugar, nos guste o no, tenemos una historia familiar, la aceptemos o la neguemos, ocupamos un determinado lugar en el mundo y formamos parte del colectivo humano, clasificado a su vez jerárquicamente de formas muy diversas por razón del sexo, la raza, la edad, la procedencia, el estatus, la clase, el idioma, la orientación sexual, las capacidades etc.
En las ultimas décadas se ha impuesto la lucha por el reconocimiento, la diferencia respecto a los otros, el perfil específico, las características grupales, de tal manera que los movimientos identitarios han difuminado las contradicciones que se producen en el seno de cualquiera de las categorías antes descritas, ya sean los países, los sexos, las razas o la procedencia.
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Personalmente me declaro ciudadana del mundo, y desde el minúsculo lugar que ocupo en la sociedad en este lugar concreto considero que todos los países podrían ser mi país, que ninguno tiene más mérito que otro, y que haber nacido en esta parte del planeta no me hace mejor ni peor que al resto de mis semejantes.
Por eso reivindico un feminismo internacionalista, abierto, solidario, alejado de las políticas basadas en la identidad, que creo dificultan la consecución de objetivos comunes. El feminismo nunca ha sido un movimiento identitario, porque el feminismo en el que creo no pide reconocimiento sino justicia.
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