Opinión · Cuarto y mitad
Terrorismo patriarcal
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Como decía la semana pasada, el lenguaje por sí solo no cambia la realidad, pero es necesario poder nombrar lo que ocurre con la mayor precisión. Creo que es hora de buscar un concepto que englobe todas las diversas manifestaciones de violencia que afrontan las mujeres cotidianamente, aunque revistan diferente intensidad. Porque no otra cosa sino terror es lo que debe estar experimentando la madre de las niñas secuestradas por su padre en Tenerife; el mismo terror que experimentó Ruth Ortiz, la madre de los niños asesinados por su padre en Córdoba, o Itziar Prats, la madre de las dos niñas asesinadas por el suyo en Castellón.
Caso diferente, pero terror a fin de cuentas es el que debieron vivir las jóvenes Miriam, Toñi y Desiré, torturadas y asesinadas en Alcàsser en 1992, como terror es el que debieron sentir Diana Quer o Laura Luelmo al ser abordadas por individuos que no conocían de nada, les interceptaron el paso y acabaron con sus vidas. O Rocío Wannikhof, Sonia Carabantes, Marta del Castillo, Janet Jumillas, y tantas y tantas que salieron un día de su casa y no volvieron jamás porque un hombre, o varios, les cortaron el camino.
Qué otra cosa sino terror es el que han debido vivir las 8 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas en lo que va de año, ninguna de las cuales había presentado denuncia posiblemente por el miedo a las reacciones de los agresores. Este terror no surge de la nada, sino que es producto de la posición de poder desde el que se ejerce. Ocho mujeres que se suman a las 1078 según los datos de que disponemos desde 2003, o a las muchas más que las precedieron pero que no entran en las estadísticas porque no se contabilizaban antes de esa fecha, o porque no responden a la tipología legal de violencia de género.
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Como terror es el que han debido vivir las cuatro mujeres que han aparecido estranguladas en Valencia en menos de seis meses, cuyos asesinatos no parecen haber despertado gran interés por parte de los medios ni de la sociedad, como si arrojar los cadáveres a una acequia tras asesinarlas fuese lo más normal.
Qué tienen en común todos estos casos, se preguntarán ustedes. Aunque parezca que obedecen a casuísticas diferentes, todos ellos, en sus diversas manifestaciones, son producto de la violencia estructural que se ejerce como mecanismo de control sobre las mujeres desde tiempo inmemorial. ¿Por qué un hombre –o varios–, conocidos o desconocidos, con vínculo o sin vínculo con la víctima aborda, intimida, amenaza, agrede, viola y, llegado el caso, asesina a una mujer o sus criaturas? Porque ha interiorizado que le asiste la potestad de acceder al cuerpo de las mujeres –propias o ajenas– como parte de sus privilegios masculinos. Porque siente que el sistema de jerarquización sexual imperante le sitúa en una posición de poder que le otorga esa prerrogativa.
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Ese terrorismo puede ser de baja o de alta intensidad, pero es el sustrato cultural sobre el que se yergue el sistema que conocemos como patriarcado: el miedo de las mujeres a la violencia de los hombres. Es el miedo el que nos hace cambiar de acera por la noche, eludir ciertos espacios, ir acompañadas, hablar falsamente por el móvil, llevar las llaves en la mano, disimular los golpes, desistir de acudir a la policía, no interponer denuncias…
Esa violencia estructural de la que todo el mundo abomina y la que, a juzgar por las declaraciones institucionales, todo el mundo combate, sigue estando protegida, tolerada cuando no incentivada por múltiples instancias: políticas, judiciales, religiosas y culturales (pornografía, publicidad, videoclips, videojuegos, cine…). Y por si no era suficiente, ahora se une el hostigamiento, la intimidación, el acoso y las amenazas a mujeres feministas que se atreven a levantar la voz en las redes sociales ante los dislates en boga.
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El patriarcado antiguo o posmoderno quiere a las mujeres mudas, dóciles y tolerantes. Pero la complacencia tiene un límite, y a veces fantaseo con la posibilidad de organizar el brazo armado del feminismo. A ver si cuaja la iniciativa Feministas al Congreso. Si no, en algo contundente tendremos que pensar.
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