Opinión · Posos de anarquía
Libios, esos ingratos
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Cómo nos han podido hacer esto después de haberles llevado la libertad. Poco más o menos, éste era el espíritu del discurso ayer de Hillary Clinton al conocer los trágicos sucesos del consulado estadounidense en Libia y que ha desembocado en el envío de buques de guerra y el estado de alarma en el resto de las embajadas. Matizaba después la secretatia de Estado de EEUU que los atacantes no eran más que "un grupo pequeño y despiadado que no representa ni al pueblo ni al Gobierno de Libia".
El problema es que no es tan pequeño; el problema es que los disturbios se han multiplicado en otros países islámicos, incluso en aquellos donde los nuevos Gobiernos son islamistas moderados, aunque en una cosa tiene razón Clinton: "no hay justificación para esto, ninguna violencia como ésta es manera de honrar religión o fe". Lo hemos podido ver a lo largo de la historia, no es sólo patrimonio de la religión islámica, pues la católica tiene más de un borrón en su historia pasada y reciente.
El episodio del consulado de Bengasi aglutina más de un germen, no es el religioso el único, lo que quiera o no lo quiera ver Clinton y el resto de la Administración Obama. Más allá de caricaturas y documentales, el sentimiento antiestadounidense está ampliamente extendido en todo el mundo islámico -y cada vez más en el Occidental-, que no siente el deber de gratitud hacia el que se ha erigido como justiciero mundial y estandarte de la Democracia. Buena parte de las cruzadas democráticas que ha protagonizado EEUU no son vistas más que como ingerencias imperialistas, como intervenciones interesadas que buscan ampliar su hegemonía mundial. Y efectivamente, eso son, dado el rol de superpotencia que no sólo quiere mantener sino reforzar ese país.
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La decisión de intervenir o no en un conflicto extranjero, como sucedió en Libia -o ahora en Siria- no es una cuestión sencilla de resolver, sobre todo, por el modo en que se han realizado estas intervenciones hasta la fecha: con diferente rasero en función de los recursos naturales que hubiera en la región y, fundamentalmente, con posteriores intervenciones y presiones para influir en los nuevos gobiernos a favor del nuevo imperialismo. Si a todo eso, le añaden el veneno de la religión -sea del profeta, mesías o ídolo que sea-, los efectos de odio se multiplican exponencialmente.
Por todo ello y sin justificar jamás atrocidades como la vivida en Bengasi, Clinton -y su gabinete- debería ser más cuidadosa en sus declaraciones, porque hace demasiado tiempo que términos como 'inocencia' e 'ingenuidad' no pueden atribuirse con facilidad a EEUU.
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