Opinión · Posos de anarquía
Crisis de fe en tiempos de pandemia
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Jesús no descenderá a la tierra esta Semana Santa a morir crucificado; mientras, miles de personas, creyentes o no, viven un calvario y/o fallecen víctimas del coronavirus. Terrible paradoja, simbólica, pero paradoja al fin y al cabo. Como ha sucedido a lo largo de la Historia, la religión pone todo su empeño en revalorizarse, en presentarse como una apuesta a caballo ganador. El problema que subyace es que quienes dictan la fe acostumbran a ser quienes espolean a los caballos, que no son otros que l@s creyentes.
¿Tanto hemos pecado como para merecer esta pandemia? Difícilmente encontrarán una respuesta satisfactoria por parte de sus guías espirituales. Si tomamos a la Iglesia Católica como ejemplo, el discurso de sus representantes, como el sacerdote y teólogo jesuita, Víctor Codina, se limita a que "Dios es un misterio".
Ese argumento es el que históricamente ha servido a las religiones para combatir sus crisis de fe. Que un dios todo poderoso permita la muerte en masa de, hasta el momento, cerca de 75.000 personas en todo el mundo y el contagio de casi 1,4 millones de personas tiene un encaje muy difícil para la razón. Esa es la esencia de la religión, su antagonismo con la razón, porque cada vez que se da de bruces con ésta, apela a la fe o, lo que es lo mismo, se aferra al salvavidas de la incapacidad de l@s mortales para entender un poder superior, teniendo que resignarse a pies juntillas.
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Esquivada la patata caliente sobre la responsabilidad de la pandemia, las religiones se adjudican el papel de cuidadoras y salvadoras. Cada una de ellas, coge a su respectivo dios y lo pone a los pies de la cama de quienes han caído enferm@s, en la resistencia, en la solidaridad, en el esfuerzo de quienes se encuentran en primera línea de la batalla contra el virus. Y, cómo no, pone a dios en las probetas, en los tubos de ensayo y las centrifugadoras de la comunidad científica que busca medicamentos y vacunas.
Si no fuera por la competencia existente, resultaría muy sencillo crear una nueva religión con estos mimbres, con esa máxima de que el origen de todo es dios, tanto de los problemas -que aparecen porque, aunque se escape a nuestro entendimiento, los merecemos- como de sus soluciones. No en vano, sólo en España contamos con 350 sectas conocidas que, como hace el catolicismo, amoldan convenientemente sus mensajes al Covid-19. algunas de ellas con visiones apocalípticas y promesas de redención final.
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La fe incondicional en un ser supremo de cuya existencia no se tienen pruebas y que, según la confesión, varía de identidad, sustituye a la confianza en los gobiernos, porque a diferencia de l@s científic@s no son guiados por dios. Así lo demuestran cada vez que promueven el aborto libre, seguro y gratuito o la educación en la diversidad sexual, según los obispos iluminados.
La Conferencia Episcopal en nuestro país recibió al nuevo Gobierno de coalición desde la oración "por el éxito de la alta misión recibida para el servicio de todos". Y deben de seguir rezando por ello, porque sus obispos estrella, como Munilla, ya no salen a las primeras planas salvo por sus incumplimientos del confinamiento. No sale tampoco en los medios Reig Pla, quizás enfrascado en el nuevo temario para curar la homosexualidad.
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¿Saben quiénes sí salen? Curas como el gallego que el fin de semana pasado escuchaba en Cadena SER, que lamentaba el papel que está teniendo la Iglesia Católica como institución en esta pandemia, cómo él se había enfrentado con sus superiores por hacer uso del patrimonio eclesiástico para atender a las familias más afectadas por esta pandemia que dios, en su inmesa -y única- sabiduría ha tenido a bien enviarnos.
El poder material de la Iglesia va mucho más allá de Cáritas, cuya acción y soporte económico llega, incluso, de sectores que nada tienen que ver con la religión. Los cientos de inmuebles de la Conferencia Episcopal han cerrado sus puertas a las personas más necesitadas; en su lugar, recen, recen cuanto puedan y si su situación no mejora, echen la culpa al Gobierno que no está tocado por la sapiencia de dios o tengan fe: esto pasa porque tiene que pasar, aunque no lo entiendan.
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