Opinión · Posos de anarquía
El circo sin pan
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El fútbol consigue lo que no logra la política, el activismo o la misma lucha por las libertades civiles. Alcanza lo que ningún otro deporte; es irracional, inexplicable, excesivo. El sábado pasado, cuando el Real Madrid se alzó con su decimocuarta Copa de Europa, cerca de 400.000 personas se congregaron en la plaza de Cibeles de la capital, llevadas en volandas por una pasión y una entrega que difícilmente genera la defensa de la Sanidad o la Educación Pública.
Los prolegómenos del partido ya apuntaban que si se consumaba la victoria la celebración sería de aúpa. Si en una ciudad como Málaga, los bares con terraza y televisión ya contaban con todas sus mesas reservadas e, incluso, hubo pequeños espectáculos pirotécnicos de aficionados merengues en la playa, imaginen en Madrid.
No tiene sentido buscarle una explicación, no al menos racional, porque no la hay. El caso del Real Madrid, además, es particularmente excepcional, porque se trata de un club que hace mucho tiempo que vendió su alma al diablo del capital y, sin embargo, conserva su espíritu. Abandonó casi por completo la cantera y optó por comprar su identidad, a sus ídolos a golpe de talonario... ya saben, eso de que toda estrella recién llegada confiesa que quería lucir esa camiseta desde su más tierna infancia. La victoria lo justifica todo y desata la alegría exacerbada, como la derrota también abre la espita de una inquina desmedida.
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El baño de madridismo que se ha vivido el pasado fin de semana reunió a ricos y pobres, gente de izquierda y de derecha, analfabetos y doctorados... algo que no consigue aglutinar ninguna otra causa; no desde luego con la misma facilidad que el fútbol, pues como hemos visto en otras ocasiones no es patrimonio único del Real Madrid, también sucede con equipos de segunda división.
Y aunque tenga algo de irracional, uno trata de explicarse por qué la defensa de la Sanidad Pública no encuentra una respuesta social igual. Ya no digo otras causas democráticas, como el feminismo o la lucha contra la violencia de género, que la extrema-derecha ha intoxicado tanto de manera artificial que entran en otro rango de consideración.
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Tras haber pasado una pandemia en la que, hablando en plata, fue la Sanidad Pública y no la privada la que nos salvó el culo, la sociedad continúan dándole la espalda. La marea blanca que realmente importa, de la que depende nuestra vida, no disfruta de una respuesta ciudadana como la vivida por los merengones. Si irracional es la pasión futbolera, racional habría de ser el respaldo a nuestro estado de bienestar y, sin embargo, no se produce. Eso da qué pensar.
No es algo nuevo, lo sé. Lo que sucede y me resulta más descorazonador es que aquel reduccionismo del mal estadista de 'pan y circo' se ha visto aún más restringido, porque ya ni siquiera hay pan, sólo circo. A pesar de ello, sigue arrastrando masas, capaces de movilizarse más por una Champions que porque su único salvavidas cuando vienen mal dadas.
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Es complicado de encajar cómo lo irracional se impone a lo racional; habrá quien lo enmascare como 'lo pasional', pero continúa siendo injustificable. En cierto modo, el avance de la extrema-derecha se debe a esa conducta: el fascismo juega más con las bajas pasiones que con los argumentos de peso, aprovecha el potencial de los sentimientos más primarios por encima de cualquier reflexión sesuda y, de ese modo, aglutina bajo su paraguas a ricos y pobres, gente que un día llegó a votar izquierda y de derecha, analfabetos y doctorados... Y lo más inquietante es que, a diferencia del Real Madrid, tiene cantera.
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