Opinión · Punto de Fisión
Vuelve Aguirre
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Algunos todavía estaban brindando con champán, a otros ni les había dado tiempo a reponerse del alegrón cuando, de pronto, Aguirre reaparece, está otra vez ahí, clavando las uñas en la ventana del televisor, igual que esos monstruos indestructibles a los que no se puede eliminar de ningún modo, ni a tiros, ni a hachazos, ni a dimisiones. Se sube a la tribuna, agarra el micro y empieza a dar miedo: “Cataluña no es Escocia”. Uno de sus acólitos le tira del dobladillo de la falda: “Que estamos en Galicia, presidenta” (porque nadie tiene cojones de colgarle la ex delante, ni en susurros). Ella respondería con ese acento único, entre chulapo y pastor: “Galicia tampoco es Escocia, por mucho que toquen la gaita”.
Hablando de gaitas, Aguirre ha entrado en la campaña gallega con la fuerza elemental de una muñeira, haciendo daño en los oídos. Echábamos de menos a Fraga pero ahora, con Aguirre, lo echamos de más. Fraga en campaña era él solo una mitología, un Prestige de saliva, una Santa Compaña unipersonal, igual que el gigantón de La princesa prometida cuando advertía: “Soy de la Brigada Brutal”, y le corregían de inmediato: “Sois la Brigada Brutal”. Así iba Fraga por las aldeas, cascando centollos y blasfemando en ese dialecto indescifrable suyo que acaparaba votos y adhesiones en masa, más que nada por ver si se callaba.
Al gallego, pueblo mágico donde los haya, lo fascinan las leyendas, las brujas, los conjuros, los espectros, y por eso han recibido a Esperanza Aguirre como a una meiga de la meseta, un fenómeno paranormal que habla de todo y pisa en todos los charcos a la vez. Dice que los niños tienen que aprender que España es una gran nación con más de tres mil años de historia; al menos Fraga sabía que la Península Ibérica no iba incluida en el big bang.
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Nadie sabe cómo es que una defensora acérrima de la gestión privada pudo guardar su plaza pública tantos años en el escabeche de la excedencia y luego pillarse las primeras vacaciones a las tres semanas de volver al curro; debe de ser que el liberalismo bien entendido empieza por el ombligo. Hace poco más de un mes que abandonaba la política y ya ha vuelto como una yonqui del estrado, una secuela de sí misma. Pero al que peor le ha sentado este eterno retorno de lo idéntico es a Mariano, que todavía no había terminado de recobrarse del disgusto del empate contra Francia. Tanto sus seguidores fanáticos, que son legión, como sus detractores acérrimos, que tampoco, se preguntan cómo es posible que la palabra de Aguirre caduque casi antes de pronunciarla. Aunque también cabe la posibilidad de que únicamente haya salido a dar un mitin rapidito y luego vuelva a sus quehaceres, como un funcionario que va a Vigo a echarse un pitillo.
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