Opinión · Punto de Fisión
Falsas memorias verdaderas
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Hace unos cuantos años me encargaron que escribiera una reseña sobre un libro de Aznar y avisé a la editorial que mejor no lo enviaran porque corrían el riesgo de que lo leyera. Está feo hablar de un libro sin haberle echado antes un vistazo, salvo en el caso de que el autor sea Aznar, entonces seguro que cualquier crítica al tuntún acierta. Son, como dice mi amigo, el poeta Alvaro Muñoz Robledano, libros inmejorables, es decir, que no hay quien los mejore, ni siquiera hojeándolos con un mechero. Sobre el próximo (que amenaza estamparse sobre las librerías más o menos por las mismas fechas que el apocalipsis maya y con parecidos efectos) la publicidad asegura que Aznar lo ha hecho sin corsés ni intermediarios, aunque esperamos que alguno haya intercedido, ya que lo único que podría salvar ese montón de hojas impresas sería la solvencia gramatical del negro.
Del mismo modo que Felipe González se puso a cultivar bonsáis en su beneplácito retiro y poco a poco le fue aflorando cara de japonés, Aznar se ha dedicado a la literatura por poderes y ya gasta una ceñuda mirada de corrector de pruebas, de ésos que no se le escapa ni una coma mal puesta. Aznar es uno de esos intelectuales concienzudos que, antes de las ruedas de prensa, se lee de cabo a rabo su propio libro para saber qué diantres es lo que ha escrito. No vaya a ser que le pregunten alguna inconveniencia y luego, en el epílogo, se descubra que guardaba las armas de destrucción masiva en una caja de zapatos junto a la caseta del perro.
Las noticias aseguran que el libro será políticamente incorrecto, aunque para serlo del todo tendría que contar la verdad. Mucho nos tememos que al final Aznar nos entregará un libro verdaderamente falso cuando lo que la editorial le pedía era uno falsamente verdadero. En ese auténtico libro de memorias falsas (el que Aznar no escribirá nunca y su negro tampoco) es donde esperamos leer las escalofriantes revelaciones sobre el making off de la foto de las Azores, sus encuentros con el Movimiento Vasco de Liberación de tapas por Donosti y su cursillo de inglés tejano a distancia impartido por el oso Yogui.
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Personalmente, el personaje me interesa tanto que me conformaría con saber qué le ha ocurrido a su bigote: si encaneció por el espanto de la crisis que no pudo contener tras ocho años de vacas gordísimas, por la tortura de las mil abdominales diarias o por el esforzado ejercicio de la escritura. Pero, al igual que en las novelas de Ana Rosa Quintana, las únicas sorpresas que podrían depararnos nuestros líderes tras abandonar la poltrona son cosméticas. Por ejemplo, en las librerías hay cientos de calvos hojeando desesperadamente la autobiografía de Bono en busca de la clínica donde le implantaron el flequillo. El gran misterio en la vida de Aznar es por qué, en lugar de bonsáis, no se consagró a cuidar cactus. Todo lo demás es literatura.
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