Opinión · Punto de Fisión
Soldadito español
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Desde los gloriosos tiempos de los Tercios de Flandes, al soldado español ya se le consideraba bastante bien pagado con el hecho de vestir el uniforme y servir a la bandera. Lo cantaba Mateo Flecha el Viejo en aquella ensalada de tema militar llamada precisamente La Guerra, donde ya se advertía a los soldados que
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Si salieren con victoria
la paga que les darán
será que siempre tendrán
en el cielo eterna gloria.
El último verso recuerda a aquella anécdota que me contó hace ya muchos años Felipe Benítez Reyes sobre si le daban o no un premio póstumo a un poeta recientemente fallecido. Al final el gran Claudio Rodríguez zanjó la disputa: “¿Y qué más gloria quiere que la gloria eterna?” En efecto, ¿qué más podría pedir un soldadito español? En aquellos lejanos días de 1989 en que yo cumplía el servicio militar en Burgos me asombró descubrir que en la paga mensual de novecientas y pico pesetas iban descontados rigurosamente el rancho, el uniforme, las botas y no recuerdo si también el alquiler de la taquilla, las sábanas de la litera y el desgaste de patio. Podía considerarse un milagro que, después de robarte un año entero de vida, el ejército español no te obligara a hacer horas extras y que además te diera una boina de propina.
Ahora, con la profesionalización de la tropa, las cosas han cambiado, aunque no mucho, porque el ejército español sigue siendo el único del mundo que en vez de marchar sobre su estómago, como decía Napoleón, marcha sobre su culo. El paro también se viste de caqui, tal vez por falta de guerras o tal vez porque nos sobran soldados. Lo que no sobra aquí nunca son jefazos, con lo cual la estructura militar en España, que antes era una pirámide con los reclutas abajo y los oficiales arriba, empieza a parecerse peligrosamente a una señora gorda en tacones con todos los michelines desparramados.
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Bien pensado, detrás de todo este desbarajuste o reajuste estructural se esconde aquel viejo sueño pacifista de civilizar al estamento militar paso a paso. Lo están haciendo por regimientos, vistiéndolos de civil al tiempo que entregan el petate y desfilan de camino al INEM, que son siglas que suenan a estado mayor por lo menos. Al mando de la operación está Pedro Morenés, un célebre vendedor de petardos reconvertido en ministro de Defensa que debe ser de los que piensan que la mejor defensa es un buen ataque y que nada acojonaría más a un ejército enemigo atrincherado en sus posiciones que ver por el periscopio a un batallón de generales dando de collejas a un cabo. La próxima vez, en vez de tomar Perejil, nos tomamos unas gambas y nos quedamos en la gloria, como está mandado.
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