Opinión · Punto de Fisión
Ideas para el progreso
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Hay que reconocer que Carlos Mulas, ex director de la Fundación Ideas para el Progreso, no paraba de pensar. Otra cosa no, pero ideas las tenía a pares. Igual que Woody Allen decía que él era un pensador de la talla de Sócrates, sólo que sus ideas siempre giraban en torno a una azafata sueca y unas esposas, Carlos Mulas pensaba constantemente en cómo ir alicatando de billetes su cuenta corriente. La primera idea genial que tuvo fue acortar el nombre de la fundación, porque Ideas para el Progreso de Carlos Mulas sonaba demasiado largo.
Además Mulas no es uno de esos filósofos egoístas y también pensaba a menudo en el progreso de su mujer, Irene Zoé Alameda, quizá porque uno de los pilares de la fundación es la igualdad. Para ser un matrimonio bien avenido y progresista, lo mejor es ir forrándose al unísono. Ella cobraba por las columnas que iba publicando en la fundación con un pseudónimo, Amy Martin, por lo visto sin que su marido se enterase. Una especie de adulterio literario muy rebuscado donde todo el dinero quedaba en casa. Esto del pseudónimo ha sido muy criticado cuando se trata de una práctica literaria perfectamente documentada: montones de escritores grandes y pequeños han firmado con pseudónimo por diversas razones. El propio Larra firmaba como Fígaro. Tres mil euros la columna son lo que en filosofía se denomina un principio de razón suficiente.
Yo nunca había oído hablar de Amy Martin y resulta que era la columnista mejor pagada de España y muy probablemente de todo el ancho mundo. Amy cobraba por un par de folios lo que otros normalmente cobran por el adelanto de una novela. A mí el nombre de Amy Martin inmediatamente me recordó a Martin Amis, uno de mis novelistas favoritos. De hecho, la historia parece extraída de algún pasaje del gran escritor inglés: una pareja de triunfadores, guapos, atractivos, seguros de sí mismos, inventan un ecosistema literario donde ella escribe, él publica, nadie se entera y nosotros pagamos. También montan una productora cinematográfica alimentada directamente con ayudas de la ubre pública: 122 mil euros repartidos en cuatro tomas para hacer cortos que, por el precio, debían de salirles muy largos. Yo creo que, más bien, los cortos éramos nosotros.
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El resto de la historia, bueno, ya la conocen. Si ésa es la trayectoria del director de la fundación, preferimos no imaginar cómo funciona la cosa del secretario para abajo. Larra decía que escribir en España es llorar, claro que él cobraba una miseria por aquellos textos que (ya que hablamos de fundaciones) fundaron el oficio en España. Las columnas de Larra no costaban ni tres reales, quizá porque no tenían precio. Ante tal expolio, Jesús Caldera ha manifestado su “estupor, dolor, consternación y preocupación”, cuatro sustantivos para tapar dos adjetivos: o cómplice o tonto. Se ve que también cobra por palabra. Lo que me pregunto yo ahora es para qué seguir adelante con la fundación IDEAS si ya existe la FAES. No sé, es una idea que se me ocurre.
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