Opinión · Punto de Fisión
Ex Papa
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No sé a ustedes, pero a mí esto de que el Papa presente la renuncia como si fuese un subsecretario me parece poco serio. Una religión como Dios manda, que se gasta un pastón para que un cerro de pijos venga a Valencia a esnifar incienso y a intercambiar cromos de Snoopy; una gente tan proclive al boato y a la verbena, cuando el jefe pega el portazo debería montar (con perdón) un Cristo de la hostia. No puede ser que Benedicto simplemente firme el finiquito y devuelva las llaves del cortijo. Estaría bien que se rasgara las vestiduras en un balcón del Vaticano hasta quedarse en pelotas papales ante la multitud fervorosa, y que luego se quitara la tiara de la cabeza y la mandara de un patadón fuera de la plaza de San Pedro. O por lo menos, que maten unas palomas.
Lo de ser ex Papa tiene que resultar bien raro. Suponemos que a Ratzinger, antes Benedicto, le quedará un buen pico de jubilación, le dejarán cuatro o cinco monjas de servicio, un monaguillo para que le traiga el periódico y hasta un papamóvil con chófer. Me estoy imaginando ya la novela de Ratzinger después de la baja, de vacaciones perpetuas en Saint-Tropez, tomando el sol y una piña colada, con unas gafas oscuras para despistar y una camisa de flores para variar, al estilo de los espías caducados. Una rubia entrada en carnes pero todavía impresionante se le acerca al ver el gesto raudo de la bendición antes de levantar la copa. “Tu cara me suena. ¿No nos hemos visto antes?” “Puede ser” dice Ratzinger, escurriendo el pecado y el bulto. “¿No salías por televisión? ¿Eres actor?”
Ratzinger podría contestar: “Yo era el Papa”, al estilo de Coppola, que avisa:“Yo era Francis Ford Coppola” a las jovencitas que van a probar sus vinos en su rancho de California. Coppola filmó un dramón jurídico de sobremesa que daba pena al lado de cualquiera de los Padrinos, y se dijo: “Hasta aquí hemos llegado”. Lo mismo que el Papa, que se hartó del papado después de la intriga vulgar y jurídica de su mayordomo. Ratzinger también se dijo: “Hasta aquí hemos llegado. Aquí paz y después gloria”, pero en susurro y en latín, que para algo es Papa o lo era.
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Coppola ya tenía tripa y cara de Papa cuando se ponía detrás de la cámara pero ahora, sentado en su rancho de California, con una jovencita caprichosa en las rodillas, todavía guarda destellos de púrpura. Es mejor renunciar a tiempo que seguir haciendo películas después de muerto, como Ridley Scott y Scorsese, que las últimas parece que se las hubiera rodado la hija de Coppola. Es mejor hacer vinos californianos que hacer el gilipollas en una pantalla (toma nota, Mariano, que lo mismo no lo pillas). Es mejor pegarle una patada a la tiara y pasar lo que quede de vida en el exilio que seguir dando carnaza a las portadas con la triste película del servicio doméstico. O por lo menos, que maten unas gaviotas.
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