Opinión · Punto de Fisión
Las buenas compañías
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Los alemanes tienen un término muy alemán para esas novelas en las que se narran los años de formación de un personaje, Bildungsroman, y atribuyen al Wilhelm Meister de Goethe la paternidad del invento. Como tantas otras cosas (las calas de Mallorca, por ejemplo) en realidad los alemanes no hicieron más que apropiarse de una patente española, porque la novela picaresca hacía siglos que estaba inventada, desde el Lazarillo de Tormes para ser exactos. Lo que pasa es que Goethe germanizó a su protagonista, es decir, le dio estudios y profundidad psicológica, convirtiendo en lento aprendizaje una elemental y durísima historia de supervivencia. Lázaro se educaba a hostia limpia mientras que Wilhelm iba empapándose página a página de las maneras y los modos de sus amiguetes aristócratas.
En la Bildungsroman de Miguel Blesa habría que hacer un híbrido entre Wilhelm Meister y el Lazarillo de Tormes, algo así como Carlos I de España y V de Alemania. Porque el punto clave en la formación de Blesa no fue una magdalena proustiana trayéndole el recuerdo de los desayunos infantiles ni un ciego cabrón partiéndole una jarra en la boca, ni siquiera su licenciatura en Derecho, sino el momento decisivo en que se sentó al lado de Aznar en la misma academia de la Gran Vía para preparar unas oposiciones al Cuerpo de Inspectores Financieros y Tributarios del Estado. A partir de ahí, ya todo le llegó rodado, hasta el punto de que se pone uno a escribir la Bildungsroman de Miguel Blesa y le sale un microrrelato: “Cuando Blesa se despertó, Jose Mari todavía estaba allí”.
Nunca se insistirá bastante en la importancia de coincidir con el amigo justo en el momento adecuado. Por ejemplo, uno de mis compañeros de pupitre fue Andresito el Moco, con cuyo mote yo creo que ya está todo dicho. A lo máximo a lo que aspiraba uno con Andresito es a que lo invitara a unas lonchas de jamón york en la mantequería propiedad de su padre que estaba a media calle del colegio donde nos desollábamos las rodillas. De ahí en adelante, mi Bildungsroman fue de mal en peor y prefiero no citar el resto de compañías con las que me fui juntando a lo largo de los años.
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El caso es que da un poco de miedo pensar qué habría sido de mi vida de haber coincidido con Aznar en el mismo colegio en lugar de con Andresito el Moco. A lo mejor, en vez de un bocata de jamón york, me habría dado la presidencia de Caja Madrid, con el peligro que eso tiene. A lo mejor habría acabado también en los juzgados porque, aunque nunca quise ser banquero, siempre quise atracar un banco. Quiero decir que yo también hubiera querido comprar el City National Bank of Florida pero no tenía 927 millones de dólares a mano. Y también le hubiese prestado 131 millones de euros a Díaz Ferrán pero en aquel momento me pilló mal de cambio. El problema de Miguel Blesa fueron las buenas compañías. Con Andresito el Moco todo lo más que hubiera podido heredar es una mantequería.
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