Opinión · Punto de Fisión
El arte conceptual de Bárcenas
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Al parecer la mayor parte de la fortuna de Bárcenas proviene, en efecto, de la fortuna, una espectacular serie de carambolas que hacen sospechar si las leyes de la probabilidad, la inercia y la gravitación universal no estarán amañadas a su favor. Ya que la evolución está encaminada desde el paramecio hacia formas de vida cada vez más inteligente, parece que con Bárcenas hemos tocado techo. Aterrizan Bárcenas, el suertudo, y Fabra, el lotero ilustrado, juntos en Las Vegas y a la mañana siguiente Las Vegas parece Móstoles. Pero si jugaran una partida final a todo o nada tirando una moneda al aire, y Fabra apostara a que cae cara o cruz y Bárcenas que cae de canto, no lo duden. El dinero ni se crea ni se destruye pero siempre cae del lado de Bárcenas.
Bárcenas explicando el origen de su fortuna es como un gran jugador de póquer intentando aclarar su estrategia de juego. Todo depende de los primos. Fundamentalmente el ex tesorero recurría tres fuentes de financiación, a cual más estrafalaria: una serie de jugadas afortunadas en la Bolsa, unos inversionistas que le daban dinero porque sí y unos cuadros que compró por unos eurillos y luego revendió por una millonada. Lo mismo podía haber dicho que el dinero le llovía del cielo, igual que a Dánae, que le cayó Zeus encima en forma de lluvia dorada. A falta de hipótesis mitológica parece claro que el desplome mundial de la Bolsa fue, ante todo, culpa de Bárcenas.
Lo que ya resulta más raro es que en Suiza haya unos señores que no sabían qué hacer con tantos millones y se los acaben regalando a Bárcenas. Inversionistas los llaman, que debe de ser el término suizo para “tonto del culo” y “alma de cántaro”. A lo mejor es costumbre en Suiza regalar maletines forrados de billetes igual que aquí es costumbre darle unas monedas al pobre de la esquina. Es la diferencia entre pedir limosna a la salida del Ahorramás o a orillas del lago Lemán, que debe de ser primo de los Lehman Brothers.
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Por último, el mercado artístico, que nunca será lo mismo después de Bárcenas. Dice Isabel Mackinlay, la pintora y restauradora argentina, que ella no ha visto los cuadros que el ex tesorero le encargó vender ni en pintura, pero ¿dónde se ha visto a estas alturas del milenio que haga falta pintura en un cuadro? Los cuadros inexistentes eran arte conceptual, sin óleo, sin marco y sin más tela que un cheque repleto de ceros, ya que Bárcenas no hacía más que seguir las consignas del arte contemporáneo. Demian Hirst empanó un tiburón blanco en metracrilato, le puso un título chulo y se forró de arriba abajo. Piero Manzoni, artista conceptual italiano, envasó noventa botes de su propia mierda, los firmó, los numeró y los vendió a tocateja. No pretendía engañar a nadie porque la etiqueta de cada bote lo decía bien clarito: “Mierda de artista”. Transcurridas varias décadas, un buen amigo de Manzoni sugirió que en realidad contenían yeso pero nadie ha osado recurrir al abrelatas por si el mito se desbarata. A la mierda se le pasó la fecha de caducidad, como a la mayoría de los delitos fiscales en España. Lo que importa en el arte conceptual es el concepto, le dijeron. Lo mismo que dice Bárcenas.
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