Opinión · Punto de Fisión
Francamente
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Cada día que pasa el PP recuerda más y más al doctor Strangelove, aquel inolvidable físico alemán interpretado por Peter Sellers en la comedia apocalíptica de Stanley Kubrick Teléfono rojo, volamos hacia Moscú. Strangelove era un genio minusválido que ocultaba su pasado nazi detrás de unas lentes oscuras, un traje negro y una silla de ruedas, pero la ideología era más fuerte que el camuflaje, más fuerte que la prudencia y más fuerte que la parálisis, y acababa elevando el brazo en un saludo hitleriano presa de incontenibles espasmos. “¡Mein Führer, puedo andar!” gritaba Strangelove con una blasfemia acojonante. Poco antes o poco después se había escuchado una de las frases más hilarantes del cine, inexplicablamente fuera de cualquier antología, cuando el presidente veía la melé de rugby que se había organizado entre sus generales y el embajador soviético y decía: “Señores, señores, un poco de decoro, que estamos en la sala de guerra”.
Al PP, decía, le ocurre lo mismo que al doctor Strangelove. Parece un viejecito aletargado, de ésos que dan de dar de comer a las palomas, y de repente, suelta que el franquismo fue una época “de extraordinaria placidez”. Está sano, sudoroso y tranquilo, después de un partido de fútbol, y se hace una fotografía con la bandera española manchada por un símbolo ultra. Se sienta en la alcaldía de un bonito pueblo gallego y eructa que los fusilados por Franco se lo merecían.
No lo pueden evitar. El subconsciente les traiciona. Al menor descuido, un cosquilleo les sube por el codo, el telele llega hasta la mano y ahí está el saludo nazi. En la foto de Xátiva, uno de los retrasados morales que alardea tras la bandera ultrajada, alza el brazo derecho en un inconfundible paroxismo xenófobo. Jorge Roca, secretario de Deportes, dice que lo lamenta, que no vio la bandera, porque estaba detrás de ella, ni el saludo, porque estaba delante. Así son esta gente, llevan toda la vida como mulos atados a la noria, sin mirar alrededor, no dan una a derechas. Porque, aunque parezca mentira si uno vive en este país, se puede ser de derechas sin ser nazi. Aquí, después de cuatro décadas de incubar el fascismo, después de una dictadura cerrada en falso, todavía se alza en pie, para vergüenza nuestra, un impresionante mausoleo cristiano que nos han querido vender como un monumento de reconciliación pero que lleva en su cabecera, como un escupitajo, el repugnante lema de “Caídos por Dios y por España”.
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En muchos aspectos España sigue siendo un parque temático del fascismo, una franquicia (nunca mejor dicho) de ese horripilante bar de carretera en Despeñaperros donde todavía se guarda viva la memoria del Caudillo, de José Antonio y otros matarifes. Todavía sigue siendo el país de las tumbas sin nombre, donde no sólo se ignora la ubicación exacta de la tumba de Lorca, sino que todavía puede oírse, en ciertas tabernas, a alguno que se jacta de que su abuelo o su padre “le metió dos tiros en el culo a ese poeta maricón”. Mein Führer, puedo andar. Ya lo creo. Francamente.
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