Opinión · Punto de Fisión
Franco desencadenado
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Este verano, ya lo hemos dicho más de una vez, el fascismo está desatado. Vuelven la cruz gamada, las banderas con pollo, los brazos en alto. Franco es vintage, José Antonio es cool. Un dirigente del PP de Tarragona se fotografiaba encuadernado de banderas -la constitucional, la nazi, la ornitológica- como si anunciase una campaña demasiado atrevida de United Colors of Benetton. Una pintada escatológica manchaba la plaza de toros de Pinto -"Adolf Hitler tenía razón"-, una muestra impagable del mal gusto y la estupidez de nuestros neonazis, que ignoran algo tan elemental como que su ídolo era más o menos vegetariano y animalista acérrimo. Al tío Adolf le habría horrorizado que lo invitaran a una corrida de toros; lo suyo eran los encierros de judíos, gitanos, homosexuales, eslavos y deficientes mentales.
He frenado la mano para no rematar la faena con un chiste demasiado obvio: único colectivo este último (los deficientes mentales) donde podría adscribirse la inmensa mayoría de los acólitos de Nuevas Generaciones. Demasiado obvio, amén de incorrecto y bastante injusto. La imbecilidad moral de homínidos como Pablo Bonilla, que ha amenazado de muerte con total impunidad a mi compañero de blog, Shangay Lily, no tiene nada que ver con una discapacidad, una deficiencia o una enfermedad. Es pura y simple maldad, es decir, estupidez supina, como ya apuntaba Sócrates, el primero que equiparó la ignorancia y el mal.
El bobo neonazi de Nuevas Generaciones es el único simio que tropieza dos veces con el mismo brazo. Y además en la misma localidad, Xátiva, que a este paso tiene todas las papeletas para convertirse en el Munich del movimiento, la nueva capital mundial de la gilipollez. Primero fue Jorge Roca, rodeado de fascistas erectos sin que el pobrecillo se percatara de la erección, y ahora Xesco Sáez, líder de las juventudes populares en Xátiva, que, como fan irredento de Cospedal que es, hizo el saludo nazi en diferido, aproximadamente con setenta años de retraso. Con tanto retraso que, justo detrás de él, otro de los entusiastas neonazis alza en directo el brazo equivocado.
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Nunca se subrayará bastante la correspondencia esencial que hay entre la idiocia y el ideario xenófobo y violento de la ultraderecha. Tal vez quien mejor lo ha señalado es Tarantino, quien en la mejor escena de su última película, Django desencadenado, filma una reunión del Ku-Klux-Klan enmendándole la plana a Griffith y los retrata, aparte de como los asesinos cobardes que son, como una panda de descerebrados totales. Momentos antes de iniciar un linchamiento, se entretienen en discutir sobre las capuchas que ha tejido la esposa de uno de ellos y lo mal que ha zurcido los agujeros para los ojos. De hecho, apenas ven un carajo cuando van a caballo pero, según dice uno de ellos camino de la masacre, para qué quieren saber por dónde van. Aun así, los nazarenos memos del Ku-Klus-Klan tenían neuronas suficientes como para ponerse una capucha, no como los chavalines del PP, que ni siquiera nos ahorran la tristeza de que les veamos la jeta.
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