Opinión · Punto de Fisión
Francisco I y Último
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La Banca Vaticana publica un beneficio de 86,6 millones de euros durante el año 2012. Nos parece poco, muy poco, la verdad. Eso lo saca Bárcenas de un par de cuentas suizas sin esforzarse mucho, y eso que se supone que Bárcenas paga sus impuestos y además no pasa el cepillo todos los días. Los contables dicen que han cuadruplicado los números del año anterior, el milagro de los panes y los peces pero en versión mercaderes con alzacuellos, los mismos a los que Jesucristo expulsó a latigazos del templo. Como será la cosa que un conocido mío quería montar un negocio y no se decidía por un bar o un estanco. Lo vi al cabo de tres meses en su casa, probándose una sotana y haciendo la señal de la cruz ante el espejo: “Estudio para cura” me dijo. “En este país nuestro, la religión es la única profesión con futuro”.
No le falta razón al hombre. Mientras bajan las pensiones a los jubilados, se hunden empresas por doquier, se desmantelan hospitales y docenas de miles de funcionarios se van a tomar viento fresco, la hermandad de La Macarena recibe más de un millón de euros de los presupuestos generales del Estado. Un millón y pico de euros en flores, avemarías, procesiones, verbenas y gastos de modistillas. No seamos mal pensados: básicamente el dinero se destinará a obras de remodelación de la basílica, un millón y pico para que un ídolo santificado quede a salvo de las goteras mientras los pobres de carne y hueso se mojan como Dios manda.
A todo esto, el Papa Francisco ha concedido una entrevista en La Repubblica que parecía calcada no ya de uno de sus antecesores en el cargo, Juan Pablo I el Breve, sino del personaje de Raf Vallone en El padrino III, la única película blasfematoria de la cual el Vaticano no ha dicho ni pío (ni Pío XII, se entiende). En cambio, Bergoglio ha dicho: “La Corte del Vaticano es la lepra del papado”. Una metáfora audaz y ciertamente evangélica, pero también contraproducente, porque la lepra suele provocar el desprendimiento del miembro afectado. Aún es pronto para saber si Bergoglio juega al despiste, si no se toma la medicación o si pretende subir las apuestas con un órdago a la grande.
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En sus críticas al “liberalismo salvaje” que hace que “los fuertes se hagan más fuertes, los débiles más débiles y los excluidos más excluidos” se oye algo así como un eco lejano de la teología de la liberación. Lo mismo al redactor Scalfari se le ha ido la mano porque las declaraciones papales son casi para excomulgarse a sí mismo. Nada menos que acometer una reforma personal del consejo de ocho cardenales para que la iglesia vuelva a ser lo que no fue nunca: la voz de los pobres. Esperemos que Bergoglio sea más serio que los dirigentes comunistas polacos, que cuando decían algo, lo decían. Porque si hace lo que predica, una de dos: o amanece un día a lo Raf Vallone, con una taza de té y una sonrisa, o acaba siendo Francisco Primero y Último.
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