Opinión · Punto de Fisión
El Gran Cañón
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Antes de morir, Brittany Maynard ha cumplido su último deseo de visitar el Gran Cañón junto a su familia. El 1 de noviembre, o sea mañana, Día de Todos los Santos, el Halloween americano, es la fecha que había elegido en principio para entrar en una clínica en el estado de Oregón, el único en los Estados Unidos donde permiten el suicidio asistido. Parece que ahora ha decidido darse una prórroga, aunque no por mucho más tiempo. Ante la opción de que un tumor cerebral la devore viva para luego reducirla a un simple trozo de carne, Maynard ha elegido quitarse de enmedio mientras aún siga siendo ella misma.
La eutanasia es un acto de libertad que, salvo en ciertas islas civilizadas, únicamente se tolera en el caso de las mascotas enfermas para ahorrarles sufrimientos absurdos. En particular, yo respeto plenamente tanto a los que deciden arrojar la toalla como a la gente que quiere apurar la vida hasta el último sorbo, por terrible y amargo que sea. Son decisiones personales, tanto que no lo pueden ser más. El mal trago que en su día tomó Christopher Reeve, el de aguantar hasta el último aliento atado a una máquina, me parece tan digno y heroico como la de Ramón Sampedro al abandonar la partida mediante un veneno. Ambos estaban inmovilizados, presos, condenados a ver pasar la fiesta de la vida desde la butaca de su propio cuerpo, aunque Reeve tenía a la ley de su parte mientras que Sampedro tuvo que vulnerarla gracias al coraje de una amiga.
El hecho de que alguien sea obligado a padecer una agonía atroz en nombre de unos oscuros principios morales escondidos vete a saber dónde es una aberración más de nuestro sistema de valores, un fósil místico incrustado en los libros de derecho romano. Precisamente los patricios romanos, cuando veían acercarse el fin, se despedían del mundo antes de que no pudieran hacerlo con una gran fiesta para familiares y amigos en donde comían, bebían, reían, y luego se abrían las venas en el baño. Era como asistir al propio funeral, el mismo final triste pero inevitable que un amo compasivo le proporciona a un perro, un gato o un caballo: ese tremendo y hermoso gesto del vaquero apartando la vista y cerrando los ojos al dispararle al caballo caído un tiro en la cabeza cuando se le rompía una pata.
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Sospecho que, más allá de gazmoñas leyes ancestrales y absurdos tabúes religiosos, lo que de veras nos asusta de la eutanasia es que se trata de un gesto de libertad suprema: empuñar las riendas de la propia existencia. Como escribió García Márquez en el final de El amor en los tiempos del cólera: “Lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites”. Brittany Maynard ha querido llevarse en la retina antes del viaje final un panorama de las eras geológicas del mundo junto a la sonrisa de su familia, sus padres al borde del Gran Cañón, carne sobre rocas. Lo que somos, lo que seremos, lo que fuimos.
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