Opinión · Punto de Fisión
Syriza y la dedocracia
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El otro día un amigo me preguntaba cuánto le habrían ofrecido a Tsipras para que traicionara de modo tan obsceno el resultado de unos comicios, la esperanza entera de un país y sus propios ideales. Quizá, sugerí yo, no se trataba de un soborno sino una amenaza tajante, ante la que no cabía vuelta de hoja. Pero, pensándolo bien, ¿con qué podía amenazar al Eurogrupo a Grecia? ¿Con expulsarla de la UE? Pero si se suponía que ese era el as con la manga con el que contaban en las negociaciones: montar un corralito helénico, dar un corte de mangas a Europa y dejar a los banqueros alemanes cociéndose en su propio jugo. Al final resulta que ni había as ni había manga.
Se mire por donde se mire, no hay ninguna manera de comprender a este hombre que ha mareado la perdiz durante siete meses, ha convocado un referéndum y después ha aceptado la humillación por ración doble. ¿Ingenuidad? Seamos serios: un político que peca de ingenuo es tan inverosímil y tan inútil como un cirujano que se marea al ver brotar la sangre. Lo mínimo que puede uno preguntarle a Tsipras es si sabía a qué diablos estaba jugando. Varoufakis también pecó de lo mismo cuando se quejó de que sus reuniones en Bruselas eran como bañarse entre tiburones. A lo mejor se esperaba que iban a pedirle autógrafos.
Por un lado la lección de los todopoderosos ha sido brutal e incontestable: había que darles fuerte a estos perroflautas griegos, bien duro en la boca para que sepan quién manda. Para que vean que no hay salida posible fuera de la sumisión, de la austeridad y de la moneda única. Tanto hablar del gobierno del pueblo y al final los que mandan en Europa son cuatro mercachifles, cinco tenderos y siete contables que no han sido elegidos por nadie: la pesadilla de la que Adam Smith, el padre del liberalismo, advirtió hace dos siglos. Dedocracia en lugar de democracia.
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La dedocracia consiste no sólo en practicar un tacto rectal en los parlamentos nacionales (como en Grecia e Italia, donde dos presidentes electos fueron destituidos y sustituidos a dedo) sino también en señalar al más díscolo de la clase, plantarle unas orejas de burro y que salga a la pizarra a hacer los deberes. No sólo es una lección: es un escarmiento. Porque lo que está haciendo Syriza en Grecia es el trabajo sucio: cualquier otra formación que se hubiera atrevido siquiera a proponer el supositorio de medidas y sacrificios que oculta la aprobación de los últimos dos rescates habría provocado que Atenas ardiera por los cuatro costados. Pero Syriza, al estilo de Podemos, es la espita en la olla a presión, el mecanismo democrático por el cual la furia callejera se transforma en vapor, proclamas en las redes sociales y artículos inofensivos como éste. En el primer tomo de las Memorias de José Luis de Vilallonga hay un momento en que el autor recuerda una frase que solía decir su abuela: "Siento un desprecio infinito hacia los pobres. Sí porque, ¿cuántos son ellos? Millones. ¿Y los ricos cuántos somos? Muy pocos. Pero aquí estamos desde hace siglos sin que a nadie se le ocurra hacernos nada".
A eso se reduce todo.
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