Opinión · Punto de Fisión
El sueño del general
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La otra noche soñé con un general sin sospechar siquiera que iba a escribir sobre un general, lo cual supone un excelente desperdicio de material onírico. Más desperdicio aun era percatarse de que podía haber soñado con Monica Bellucci, por ejemplo, pero en cambio ahí estaba aguardando cola para subir a un estrado presidido por un general canoso que departía junto a dos colegas y que recibía muy informal, la guerrera desabrochada y en mangas de camisa. Cuando me tocó subir arriba, a exponerle no sé qué asunto de mi licencia, que se había traspapelado con décadas de retraso, el general me examinó de arriba abajo y luego me señaló con la cabeza a sus ayudantes, un ademán que venía a decir más o menos: "Mira éste, viene sin uniforme y ni saluda, ni se cuadra, ni nada". Me enderecé lo que pude pero cuando fui a saludar, recordé -con esa lógica fulminante y exacta de los sueños- que no llevaba gorra y que en el ejército español no se lleva gorra bajo techo ni tampoco se saluda si uno no lleva la cabeza cubierta.
Iba a exponer mi caso cuando unos suboficiales jocosos nos interrumpieron para mostrarle algo al general, un objeto que él recogió y sopesó riéndose entre dientes. Era una granada de mano. "Hombre, éste es el modelo tal y cual" dijo el general, como si hablara de un reloj o de un teléfono móvil. Luego se volvió hacia mí y me explicó con brevedad y precisión el lío burocrático en el que estaba metido, pero también me dijo que no me preocupara, que no me iba a tocar repetir el servicio militar. El sueño cambió de escenario y mucho después, mientras me cepillaba los dientes, recordé que la noche anterior me había ido de copas con mi gran camarada de risas, el novelista José María Mijangos, y entre rock sinfónico y Anthony Burgess, no sé cómo acabamos hablando de Cataluña, de la torpeza sustancial de nuestros políticos. En un momento dado yo dije: "Espera que no nos llamen otra vez a filas". El resto de la decoración onírica venía alicatado en el explosivo menú del mexicano de la calle Montserrat donde solemos repostar, en las tres micheladas que nos soplamos cada uno y en la foto de Pancho Villa que vi de refilón al salir.
Después, siguiendo la receta de aquel delicioso libro de Dunne, Un experimento con el tiempo, vi que en la coctelera alcoholizada de mis meninges se habían mezclado también noticias del pasado y declaraciones del porvenir, la destitución fulminante del general Julio Rodríguez después de conocerse su fichaje por Podemos y la respuesta tranquila del militar. Al gobierno le ha molestado mucho que un ex jefe del Estado Mayor diga en voz alta y serena que el problema catalán debe solucionarse mediante la política en lugar de amenazar con echar los tanques a rodar por las Ramblas, que es lo que se espera de un militar español. Si en lugar de apelar a la calma y al diálogo, Julio Rodríguez hubiera insinuado barbaridades semejantes a las que han soltado varios de sus colegas de armas respecto al proceso secesionista catalán, a lo mejor le dan una medalla. A pesar de que él ya había solicitado su pase al retiro, lo han licenciado con deshonor, maniobra cuartelera que, viniendo de un ministerio presidido por un mercader de balas como Morenés, más bien le honra. "Yo no he perdido la confianza en la política" ha dicho Rodríguez. "Quiero hacerla de otra manera". Tal vez el general del sueño y el sueño del general se correspondan en un ámbito secreto que no pertenece a las palabras pero que puede resumirse con ocho de ellas: "Tú tranquilo, que ya has hecho la mili".
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