Opinión · Punto de Fisión
El nudo infinito del K2
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La noticia de un montañero español muerto en los Alpes se ha cruzado con el treinta aniversario del verano trágico del K2. En julio de 1986 dio comienzo un fatídico rosario de accidentes mortales en la reina del Karakorum que culminaría el 9 de agosto con un retorno in extremis del que sólo volvieron vivos dos escaladores. Al acabar la temporada, trece cuerpos se habían quedado arriba, en su eterno sarcófago de nieve. Uno de los supervivientes, Kurt Diemberger, el único hombre vivo con dos ochomiles vírgenes en su haber, publicó poco después un libro que se convirtió de inmediato en un clásico de la literatura de montaña: K2, el nudo infinito.
La seña distintiva de aquella catástrofe consistió en que las víctimas no eran, como muchos de los fallecidos en la tragedia del Everest diez años después, simples turistas integrados en expediciones comerciales, sino alpinistas experimentados, algunos de ellos considerados entre los mejores de su generación. Tadeusz Piotrokowski, Alan Rouse, Wjociech Wroz y Dobroslawa Wolf eran alpinistas de primera clase; Renato Cassarotto ya había entrado en la leyenda antes de intentar en solitario la aterradora escalada de la Magic Line en el K2, de la que no regresó. Las caídas, el mal tiempo, las avalanchas y la mala suerte se conjuraron aquel verano negro para sembrar el Chogori con un reguero de montañeros de élite.
Tampoco se trataba de una montaña cualquiera, sino del K2, la Montaña de las Montañas, la segunda cima después del Everest y uno de los desafíos más impresionantes sobre la superficie terrestre. Con 8.611 metros de altitud, una masa equivalente a la de doce o trece Cervinos y tres kilómetros y medio de desarrollo en vertical, el K2 se levanta en medio de la autopista de hielo del glaciar de Concordia como una inmensa pirámide casi perfecta, salvo por la curva del hombro: una imagen primordial, arquetípica, como brotada de un sueño, la silueta que dibujaría un niño sobre un papel. El geólogo Oscar Dyhrenfurth la definió como "la más genial expresión de las fuerzas orogénicas del planeta Tierra". Cuando le pregunté por el K2 a mi amigo Juanjo San Sebastián, que se dejó un montón de dedos y a su compañero Atxo Apellániz en una expedición de Al Filo de lo Imposible, me respondió: "Antes de ir a ella, la primera vez, me parecía un sueño, una montaña bellísima, preciosa. Ahora la odio, no me gusta nada. Es una montaña que siempre nos ha tratado fatal y que encima nos ha quitado a un amigo".
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Kurt Diemberger dijo que se trata de una cumbre "repulsiva y fascinante a la vez, como ninguna otra". Es casi un milagro que pudiera contarlo, tras una tormenta espantosa que atrapó el 4 de agosto a una potente cordada formada por cinco hombres y dos mujeres, a quienes estrujó durante cinco días a más de ocho mil metros de altitud. Fueron cayendo uno tras otro, sin que la tempestad cediera ni un instante, y al final se salvaron únicamente los más veteranos, Willi Bauer y el propio Diemberger, al que encontró un equipo de rescate cerca del pie de la pared, aquejado de graves congelaciones. En K2, el nudo infinito escribió: "Hemos realizado nuestro sueño en el K2 y hemos dado todo lo demás a cambio".
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