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Opinión · Punto de Fisión

Lazos amarillos en Mauthausen

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La primera vez que visité Auschwitz me sorprendió la gente que, sonriendo, se sacaba fotos junto a las alambradas, las cámaras de gas o los montones de zapatos huérfanos, como quien se lleva un recuerdo del infierno. Aparte del morbo intríseco del asunto, está el hecho de que uno de los primeros y más impresionantes testimonios del Holocausto fueron las fotografías que los propios guardianes nazis tomaron de los prisioneros a los que torturaban: tristes pellejos en pie, cientos de espectros desnutridos formados en fila a la espera de su destino. Esas fotografías se hicieron públicas gracias a la imprudencia de esos mismos guardianes, quienes las llevaron a revelar a diversos laboratorios polacos donde los encargados hicieron copias bajo cuerda que salieron a la luz después de la guerra.

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Hace mucho que los campos de concentración se han convertido en parques temáticos del horror, lugares donde la masificación, la estupidez y la falta de respeto han transformado la experiencia traumática del reconocimiento del punto límite que alcanzó la humanidad el pasado siglo en una payasada más para turistas sin un dedo de frente. Sin embargo, como apuntaba Woody Allen, el Holocausto es un récord y los récords están para superarlos. La directora de Memoria Democrática de la Generalitat, Gemma Domènech, ha llevado un paso más allá este proceso de desacralización al aprovechar un acto de homenaje a los casi diez mil deportados republicanos españoles en Mauthausen para hacer propaganda del independentismo.

Poco importa que la placa escogida para sus palabras hubiese sido inaugurada dos años atrás por el ex conseller de Exteriores de la Generalitat, Raül Romeva. A pesar de todas las objeciones que le pongamos a la actuación de la justicia española (que son un montón, desde cualquier perspectiva), ir a Mathausen y comparar el procés con el Holocausto y a Romeva y a los presos políticos catalanes con los miles de republicanos españoles asesinados es confundir los lazos amarillos con los triángulos rojos con que los nazis marcaban a los prisioneros por motivos políticos en los campos de exterminio. La ministra de Justicia española, Dolores Delgado, salió escopetada en cuanto empezó a organizarse el símil y un asistente comentó: "Es que no teníais que haber venido. Es la primera vez que vienen". Falso: el 9 de mayo de 2010, la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega acudió al homenaje por el 65 aniversario de la liberación de Mauthausen y recordó que los miles de españoles que murieron allí son también víctimas del franquismo. Entre el ridículo y el esperpento, Domènech consiguió un Godwin de libro.

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Tiene razón Maruja Torres cuando menciona en su twitter que a este paripé de la reivindicación política en Mauthausen podría llamársele sin mucha exageración "síndrome de Mauthausen", en referencia al síndrome de Münchhausen, célebre trastorno mental en el que el paciente se autolesiona para llamar la atención de los médicos. Algún atractor extraño debe de haber en ese campo de concentración cuando otro catalán, Enric Marco, sostuvo durante años la superchería de que era uno de los pocos españoles supervivientes y lo hizo con tal convicción que llegó a ser presidente de la Amical de Mauthausen sin haber estado jamás allí. Lo desenmascaró el historiador Benito Bermejo, al tiempo que investigaba con paciencia de orfebre el espeluznante trabajo de Francisco Boix, el cual padeció durante años las penurias y atrocidades de aquel matadero mientras plasmaba un impresionante archivo fotográfico de la barbarie nazi.

Enric Marco tenía tanto afán de figurar que acabó protagonizando un libro, El impostor, de Javier Cercas, aunque no exactamente en el papel que se había atribuido. "Todo era por una buena causa" decía Marco, que a base de mentiras como catedrales se fue fabricando una vida alternativa en la que llegó a presidir la directiva catalana de la CNT y a erigirse en portavoz de las víctimas españolas del Holocausto. Mezclar la demagogia con la ficción, la injusticia con el genocidio, los lazos amarillos con los triángulos rojos y los presos del independentismo catalán con los más de cinco mil españoles asesinados en Mauthausen, parece más obra de la borrachera y del delirium tremens que de la Memoria Democrática. Sí, aunque sea por una buena causa.

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