Opinión · Punto de Fisión
Ciudadanos, de entrada, no
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Una vez pasada la resaca electoral, mientras flotan todavía los restos del naufragio zurdo, Pedro Sánchez ha viajado al Elíseo a visitar a Macron y hacerse unas cuantas fotos juntos. Salvo por la altura, que cae del lado del español, y por el idioma, que al fin y al cabo es latín mal hablado, casi no hay quien los distinga. Llevan trajes similares, corbatas parecidas e ideologías de corte y confección; ambos lucen sonrisas idénticas y caminan con las manos metidas en los bolsillos, derrochando tranquilidad con tanta pachorra que podrían intercambiarse las manos y también los bolsillos sin el menor problema. Hasta tal punto ha mutado el virus de la socialdemocracia europea en las últimas décadas que incluso podrían intercambiarse de país sin que apenas se notara la diferencia.
Adam Smith, el padre del liberalismo, dijo en su día que, aunque firme partidario del libre mercado, no se le ocurría nada peor que un gobierno de tenderos. No obstante, desde hace dos siglos la política ha evolucionado mucho y en diversas etapas hemos visto a la nación hemegónica del planeta en manos de traficantes de cacahuetes, actores fracasados y magnates con peluquín. Smith advertía contra los tenderos, proclives a transformar cualquier cosa en mercancía, incluido el vientre de una mujer embarazada, pero no dijo nada de los banqueros, probablemente porque son gente que les gusta más mover los hilos que protagonizar el guiñol. En Europa, el villano de esta temporada en los guiñoles es la ultraderecha de Le Penn, Salvini y Orban, que, entre otras cosas, amenaza con expulsar a los refugiados y transformar la Unión Europea en una isla inexpugnable. Por eso se han reunido Sánchez y Macron a cenar en El Elíseo, para que Europa continúe siendo una isla inexpugnable y sigamos expulsando a patadas a los refugiados. Así, los tipos duros de la ultraderecha se van a quedar sin trabajo.
Ciertamente, la entelequia política conocida como centro ha pasado de ser un punto geométrico a una pradera de oportunistas donde liberales, socialistas y ultras pastan a sus anchas. La banca ha expresado, por activa y por pasiva, su deseo de que Ciudadanos y PSOE aparquen sus pequeñas diferencias y reúnan sus perspectivas comunes, que son legión, en el sentido bíblico del término. La misma noche de su victoria en las urnas, un coro de militantes del PSOE le exigió a Sánchez en Ferraz que no pactara en ningún caso con Albert Rivera, una exigencia que pueden repetir a gritos hasta hartarse porque el PSOE con sus promesas siempre ha hecho lo que le da la gana y lo que le ordena la banca. "Con Rivera, de entrada, no", se perfila como el lema de estos días, recordando aquellos gloriosos tiempos de la OTAN en que empezaron a meterla doblada. Por lo que parece, cada líder del PSOE, desde Felipe a Pedro Sánchez, pasando por Zapatero, dispone de un neuralizador a lo Men in Black para borrar de la memoria de su masa de votantes la cantidad de pifias y traiciones cometidas. Aunque tampoco hay que menospreciar la ingenuidad congénita de esa misma masa de votantes, sorda y ciega a todo, excepto a lo bien que le sienta el traje de presidente a Pedro Sánchez.
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