Opinión · Punto de Fisión
Ábalos, don Ere que Ere
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Hay varios tipos de estrategias con las que encarar un asunto tan desastroso como la sentencia sobre los ERES, aunque las más exitosas consisten en emplear la técnica del avestruz o en ofrecer al mal tiempo buena cara. Mariano, acostumbrado a tempestades de mierda similares, solía evitar los efectos colaterales mediante un rodeo semántico maravilloso, una frase made in Mariano que resultaba de una bondad conmovedora. Cuando le señalaban un ministro recién centrifugado al trullo o un colaborador salpicado de podre hasta el cuello, se refería a él como “esa persona de la que usted me habla”. Igual que un niño al que trincan con los dedos pringados de mermelada, pero con canas, barba y gafas.
Enfrentado ayer a la insoslayable realidad jurídica en que varios cargos de su partido han sido condenados a serias penas de cárcel e inhabilitación, el ministro de Fomento y monologuista ocasional José Luis Ábalos explicó que el caso de los ERES no se trata de un asunto del PSOE sino de antiguos responsables de la Junta de Andalucía. Concretamente, Chaves, Griñán y unos cuantos responsables más, todos ellos jefazos, mandos y subalternos del PSOE andaluz que renunciaron tres años atrás a la militancia en el partido, aunque tenían las siglas metidas hasta el colon cuando la peste de los ERES desvalijaba las arcas públicas hasta no dejar ni las telarañas. Los periodistas convocados a la rueda de prensa de Ábalos no sabían si reírse a pedorretas o a carcajadas.
No les envidio el descojone, la verdad, porque los colegas especializados en este tipo de comparecencias deberían contratar un seguro médico a todo riesgo, por si la risa brutal les provoca un esguince de paladar o un desprendimiento de hígado. Por lo demás, con Ábalos ya deberían estar acostumbrados. El hombre va a las ruedas de prensa dando noticias pésimas igual que el doctor Patch Adams intentaba animar a los enfermos desahuciados con su narizota de payaso. Este optimismo irrefrenable le llevó, hace poco más de una semana, a afirmar que las cifras de paro habían aumentado precisamente porque la gente tenía más confianza en encontrar trabajo. Con un tipo tan eufórico y despreocupado como Ábalos en el micrófono, hasta veríamos el fin del mundo como una noticia positiva: “Los científicos anuncian que el asteroide va a borrar el planeta Tierra del sistema solar y no quedará vivo ni un átomo, pero definitivamente no habrá que pagar más impuestos. Vaya una cosa por otra”.
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El día posterior a las elecciones, Ábalos protagonizó un encuentro bastante tenso con un periodista a quien se le ocurrió preguntarle cómo veía el ascenso irrefrenable de Vox con 52 diputados. “No me diga que no hemos frenado a la ultraderecha” dijo Ábalos, una afirmación que, como no había por dónde cogerla, nadie cogió, ni de los pelos. Fue un momento climático comparable a ese diálogo telefónico en que Ed Wood habla con un productor que le asegura que la película que ha dirigido y que acaba de ver es la peor bazofia que ha contemplado en su vida. “¿De verdad?” dice Ed Wood sonriendo. “No se preocupe. La siguiente será mejor”.
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