Opinión · Punto de Fisión
El rey: mirar para otro lado
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Entre los ecos del chuletón presidencial, los disturbios en Cuba y los prolegómenos de la quinta ola del coronavirus se ve que a los telediarios, noticiarios y periódicos españoles no les ha quedado mucho sitio para comentar la exclusiva de Carlos Enrique Bayo en Público sobre el origen más que dudoso de las finanzas de Juan Carlos I. Resulta que, según dicha exclusiva, el rey emérito amasó una inmensa fortuna gracias al tráfico de armas, asociado, entre otros criminales, con personajes de la talla de Adnan Khasshoggi, el millonario saudí que paseaba por las noches de Marbella rodeado de estrellas de cine, banqueros en horas altas, ministros psocialistas y aristócratas postizos. Hay un mecanismo automático en la prensa española, dispuesto de tal modo que cuando salta alguna noticia con una nueva cagada del rey Juan Carlos, inmediatamente miran para otro lado. Con el rey Juan Carlos nos hemos acostumbrado a mirar tanto para otro lado que llevamos medio siglo con tortícolis crónica.
Desviamos la vista y empezamos a silbar un tango cuando sus colaboradores más cercanos empezaron a caer en los juzgados uno detrás de otro. Mario Conde, los Albertos, Javier de la Rosa, Manuel Prado y Colón de Carvajal, cuyo nombre también aparece de lleno en los asuntos de ventas de armas, por eso de que el roce hace el cariño. Cerramos los ojos ante la interminable desfile de señoras con las que practicaba el segundo deporte favorito entre los borbones, el adulterio, culminando la faena con una barragana de apellido filosófico con el que le salió el tiro por la culata. Nos tapamos los oídos para no oír los escopetazos con que masacraba toda clase de animales indefensos en cacerías millonarias: elefantes, búfalos, cabras y hasta un pobre oso borracho. Incluso llegó a fotografiarse envuelto en un abrigo de piel de leopardo de las nieves, el felino más hermoso y extraño de la creación, en grave peligro de extinción desde hace décadas: una imagen que dice del juancarlismo mucho más que todas sus biografías y panegíricos.
Tampoco hemos querido enterarnos mucho del enorme lodazal de mierda removido por la fiscalía suiza: pagos fraudulentos, sociedades en paraísos fiscales, estructuras opacas, comisiones a manos llenas, cuentas en Suiza y en Andorra, máquinas de contar billetes y viajes en avión con maletines forrados de dinero al estilo de la familia Leguineche. Menos aún se oyó hablar de su papel de confidente de la Casa Blanca, de la CIA y de Kissinger a principios de los 70, unas revelaciones de Wikileaks de las que sólo se hizo eco este periódico porque los demás estaban muy ocupados haciendo reverencias y genuflexiones. Como para que se rasguen las vestiduras ahora, sólo por unos cuantos papeles que apuntan a que ingentes cantidades de dinero procedentes de la venta de armas a países árabes fueron a parar a su bolsillo.
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Es curioso que, ante el silencio unánime de los medios, hayan sido unos cuantos socios del gobierno quienes, tras el escándalo destapado por la exclusiva de Carlos Enrique Bayo, soliciten la creación de una comisión de investigación en el Congreso para aclarar los supuestos negocios de tráfico de armas del anterior Jefe del Estado. Sin embargo, nos imaginamos cómo va a acabar todo esto: exactamente igual que las catorce veces anteriores, con una rápida y eficaz negativa del PSOE, el PP y demás partidos mayoritarios a que se investigue nada, no vayan a encontrar algo y a ver qué iban a hacer entonces, si llevan toda la vida limpiándole el culo. Sí, la verdad es que con el rey los españoles hemos mirado para otro lado tantas veces que ya nos cuesta incluso vernos en el espejo por las mañanas.
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