Opinión · Del consejo editorial
Los tiempos en la ciudad
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CARME MIRALLES-GUASCH
Desde hace algunos años se está formulando un debate que está cambiando nuestra percepción del espacio construido y especialmente de la ciudad. Es el debate sobre el tiempo social, sobre un tiempo que no está construido sólo por unidades neutras de minutos o de horas, sino de tiempo dedicado a las diversas actividades diarias. El tiempo dedicado al trabajo, al ocio, a las tareas domésticas, al cuidado de los hijos o a los desplazamientos cotidianos. Todos ellos, con sus complementariedades y sus conflictos, son nuestro tiempo social y lo podemos analizar desde el yo, individual, o del nosotros, colectivo.
Es un debate que genera muchas preguntas, las respuestas de las cuáles nos dan una visión mucho más precisa de nuestra estructura social y urbana. Por ejemplo, ¿cuánto tiempo dedicamos al cuidado del hogar?, y ¿qué diferencias existen entre géneros y edades?, o ¿cuánto tiempo empleamos en los desplazamientos al trabajo?, ¿qué tipología de ciudades nos obliga a consumir más tiempo en esos viajes? De hecho, se trata de ver nuestras actividades cotidianas no sólo desde sí mismas y aisladas de las demás, sino desde el tiempo de ejecución en relación al resto de las tareas. Desde esa perspectiva, podremos analizar, entre otros y con más detalle, las desigualdades de género entre actividades renumeradas y no remuneradas, o las diferencias entre grupos sociales sobre los tiempos de ocio.
De todo ello emerge una línea de investigación y de reflexión que está cambiando los horarios laborales y de los servicios, como es la conciliación de la vida laboral y familiar. Una conciliación que intenta mitigar los conflictos de tiempo dedicado a estas dos tareas cotidianas.
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El tiempo, desde este punto de vista, es un recurso repartido por igual a toda la población y, además, es el más finito. Sin embargo, la distribución de nuestro tiempo cotidiano explica qué privilegios o qué desventajas tiene el grupo social al que pertenecemos, por edad, por clase social o por género.
A la vez ese recurso tiempo también refleja en qué modelo de ciudad vivimos. Las dinámicas territorialmente disociadas –aquellas que alejan actividades donde los lugares de trabajo, de ocio y de residencia están separados unos de los otros– y socialmente diferenciadas –donde viven ciudadanos con características sociales homogéneas– se han convertido, ahora más que nunca, en elementos de gestión de los tiempos, hasta el punto de que la conciliación temporal es cada vez más una conciliación territorial. Las ciudades ya no sólo se miden en unidades de distancia, sino también en unidades de tiempo. ¿Qué significa estar lejos o cerca del lugar de trabajo o del colegio de nuestros niños? La respuesta depende de a qué hora del día nos la planteemos: a las ocho de la mañana o a las once de la noche una misma distancia la podemos percibir, en relación al tiempo de recorrido, de forma muy desigual.
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Hay ciudades que nos hacen perder tiempo, que nos obligan a malgastarlo en atascos y en desplazamientos y en otras, en cambio, todo está más próximo, más cercano, más alcanzable. Y esas diferencias no derivan sólo de la dimensión de la ciudad, sino de otras muchos elementos que, al ofrecernos tiempo o, lo que es lo mismo, al no malbaratarlo en tiempos de conexión inútiles, nos ofrecen calidad de vida.
Carme Miralles-Guasch es Profesora de Geografía Urbana
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