Opinión · Del consejo editorial
Democracia 5 estrellas
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ALFONSO EGEA DE HARO
Profesor de Ciencia Política
En 2001 fue “que se vayan todos” (Argentina), en 2007 SDLqVaffanculoSDRq (Italia), en 2010 la revolución silenciosa islandesa. Tras varios años y eslóganes, el malestar no sólo se traduce en el voto de protesta (al partido de la oposición, se esté o no en consonancia ideológica), sino también en movimientos ciudadanos que manifiestan su hartazgo por la clase política y su desconfianza hacia partidos y sindicatos. Pero ¿se puede llegar al poder sin un partido político y compañía (sindicatos, asociaciones, medios de comunicación afines)? ¿Podría un movimiento plural presentar un programa político?
La democracia, en su mínima expresión formal (y por tanto la más ampliamente difundida), se reduce a la celebración de elecciones libres en las que compiten partidos políticos. La respuesta, por tanto, a ambas preguntas, sería negativa, y así estos grupos son etiquetados como antisistema.
Hace unos días y durante las elecciones para elegir al alcalde de algunas ciudades italianas, uno de estos movimientos (Movimiento 5 estrellas) consiguió más del 3% de los votos en Milán y el 10% en Bolonia. Este movimiento no presentó “candidatos” sino “portavoces” (perfectamente sustituibles). En Milán, el portavoz fue un estudiante de 20 años cuyo currículum político y formación era haber participado en las iniciativas del activista italiano Beppe Grillo.
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¿Ganaron las elecciones? No. ¿Ganaron poder? Quizás sí, porque su voto será clave para elegir entre los principales candidatos de los partidos tradicionales en la segunda vuelta de estas elecciones. ¿Han sido capaces de presentar un programa? Un ejemplo, en política migratoria proponen incluir a inmigrantes en las Fuerzas de Seguridad y de la Administración pública.
Pero estas preguntas y respuestas se quedan cortas para comprender estos movimientos, cuya gran prueba no son tanto las elecciones sino su capacidad de sobrevivir sin una organización jerárquica. El objetivo no es tanto conseguir el poder sino transformarlo. La acusación de robar votos a la izquierda, la comprensión de estos movimientos sólo a partir del fenómeno de las redes sociales o la reprobación por no haber conocido, en su mayoría, tiempos pasados más duros es signo de baja calidad democrática.
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