Opinión · Del consejo editorial
Orgullo chino
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LUIS MATÍAS LÓPEZ
Periodista
En el cómic El tiempo del dinero (Editorial Astiberri), se relega el debate sobre la coexistencia entre progreso y derechos humanos en China al arbitrio de las generaciones futuras, y se confía en que estas no se verán condicionadas por los “suplicios
indescriptibles” de la historia reciente: invasiones, divisiones internas, luchas entre señores de la guerra, excesos de la Revolución Cultural, hambrunas… El veterano artista gráfico Li Kunwu, miembro del Partido Comunista, presenta la visión cercana y muy creíble del chino común sobre su propio país. La conclusión es que, por encima de todo, y por supuesto de la democracia, lo que prevalece es la aspiración a una vida más próspera.
Hoy, China es un Estado comunista-capitalista en el que enriquecerse es patriótico, el crecimiento es dios, florecen tanto las desigualdades como las oportunidades, mejora de forma espectacular el nivel de vida y el Partido Comunista de China (PCCh) se aferra al monopolio del poder.
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Para la mayoría de la población, la matanza de Tiananmen de 1989 es un capítulo cerrado y la disidencia, una nota al margen. Mientras se genere riqueza y haya logros como el sorpasso a Japón, la carrera espacial o la conversión de Occidente en rehén económico, el modelo se sostendrá, y los cambios políticos llegarán con cuentagotas. Sólo si la fórmula fracasa, y hay paro masivo, carestía, pobreza, recesión y corrupción generalizada, correrá peligro el centralismo que encarna el PCCh y podrán surgir fuerzas difíciles de controlar, capaces de plantar cara al poder y exigir avances democráticos.
Los chinos son pragmáticos. Han sufrido demasiado y quieren pasar página sin grandes traumatismos. Tienen más de 30 años de experiencia en relevos tranquilos de poder. Ya se ha puesto a punto el próximo, para 2012, y tampoco quebrará esa línea continua. Por ende, más allá de apelaciones rutinarias al respeto de los derechos humanos, los líderes occidentales rinden hoy pleitesía a Pekín en busca de colocar sus bonos y obtener contratos e inversiones que alivien sus maltrechas economías. Buena medicina para que recobre el orgullo un pueblo que no hace tanto moría de hambre y al que los demonios extranjeros aplastaron porque no aceptaba ser un fumadero de opio.
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