Opinión · Del consejo editorial
Traspaso de impotencias
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Ramón Cotarelo
Catedrático de Ciencias Políticas
La foto de Jáuregui y una sonriente Sáenz de Santamaría frente a frente en la mesa del traspaso es un ritual de la política española. Permite visualizar la alternancia en los poderes del Estado propia de la democracia. El partido que se va transfiere los poderes al que viene. Pero, ¿qué poderes? No las instituciones mismas, porque estas no pertenecen a nadie y no son transferibles. Se trata del poder de disponer, de tomar decisiones, de gobernar.
La actual crisis ha demostrado que esos poderes son imaginarios, casi ficticios. No gobiernan los gobiernos, sino los mercados; los márgenes de acción del ejecutivo, del legislativo, son casi inexistentes, pues se limitan a hacer lo que las instituciones financieras internacionales, las agencias de evaluación y los especuladores ordenan. Así, ¿qué traspasan los socialistas a los populares? Sus compromisos, las órdenes recibidas y el grado de su cumplimiento.
Por si hubiera alguna duda, la imprevista reunión de Zapatero y Rajoy el mismo día en que sus plenipotenciarios acordaban las transferencias vacía de contenido este traspaso. Y es un ejemplo más de la impaciencia de los auténticos mandatarios, los oscuros mercados, que no quieren perder el tiempo con ceremonias de segundones. Obligan a que sean los jefes los que escenifiquen el relevo bajo la amenaza de asfixiar aún más el crédito, la solvencia, la economía.
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Esto no es peculiar de España. Casi todos los países de la zona euro están políticamente intervenidos y sus respectivas soberanías son quimeras. Lo que sí es peculiar de España es la carencia de sentido de Estado que sigue caracterizando al partido ganador de las últimas elecciones. Las declaraciones en las que Esperanza Aguirre afirma que los socialistas dejan “las arcas vacías” y no hay dinero para pagar pensiones y prestaciones por desempleo (antes de saber cómo está la situación realmente) hacen inútil el traspaso de poderes. Y, además, revelan una gran irresponsabilidad, pues infunden temor y angustia a sectores muy amplios de la población que ven cómo unos poderes que no son tales se aprestan a privarlos de sus derechos. No es de recibo jugar con la tranquilidad de millones de personas por razones partidistas.
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